Amado Padre, a menudo nos enfrentamos al mal, tanto dentro como fuera de nosotros. A veces incluso podría dar la impresión de que el mal triunfa. Él se presenta potente e intenta opacar nuestra visión y determinar nuestros sentimientos.
A la Madre Eugenia Tú le dijiste:
“¿Queréis obtener la victoria sobre vuestro enemigo? Invocadme y triunfaréis victoriosamente sobre él.”
Sí, Padre, queremos que el enemigo del género humano sea derrotado, tanto en nuestra vida como en la de todos los hombres. ¡Tu Hijo ya ha obtenido esta victoria para nosotros, y ahora este triunfo suyo debe ser actualizado en la Tierra! Allí donde Tú estás presente, el enemigo no puede resistir. Por eso, ¡hemos de invocar tu Nombre en todo momento y en todo lugar!
Un sabio ‘staretz’ les dijo en una ocasión a sus monjes:
“Invocad siempre el Nombre de Jesús. Pronunciadlo constantemente con vuestros labios. Entonces seréis como fuego, y a este fuego no podrá acercarse el diablo.”
Si te invocamos o simplemente nos acordamos de Ti en silencio en nuestro espíritu y en nuestro corazón, entonces Tú estás presente con Tu amor, y el mal no puede resistir. Allí donde el amor y la verdad se abrazan, los malos espíritus huyen.
Abbá, Abbá, Abbá…
Cuando cantamos o pronunciamos tu Nombre, éste se inscribe más profundamente en nuestro corazón:
“Puesto que sois hijos, Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: ‘¡Abbá, Padre!’” (Gal 4,6)
Entonces, así como sucede en la oración del corazón, será el Espíritu Santo quien nos impulse a repetir tu Nombre, y nosotros clamaremos junto a Él: ¡Abbá, Padre!
Creo que esto te complace, y también nuestra alma se deleita en permanecer en esta luz, en la cual se va sanando más y más.
Cuando invocamos tu Nombre, no sólo ahuyentamos a nuestro enemigo exterior y le bloqueamos el acceso; sino que tu luz penetra también más profundamente en nosotros, derritiendo el hielo alrededor de nuestro corazón. Se disipa la niebla y da paso a la luz.
Tú mismo removerás la cizaña que el enemigo ha sembrado y que ha crecido en nosotros (cf. Mt 13,24-30), y despejarás el camino hacia nuestro corazón.
Y entonces, Padre, será cada vez más difícil para el enemigo confundirnos.
Una vez que hayas establecido tu morada en nuestro interior y nosotros nos hayamos adentrado en un diálogo cada vez más íntimo contigo, nuestro corazón será transformado: las resplandecientes virtudes se instalarán en él y los maravillosos dones del Espíritu Santo se desplegarán.
Entonces, el mal ya no encontrará tan fácilmente un enganche para engañarnos.
Así que ya no tenemos que vivir con el miedo al enemigo, cuando vivimos contigo, cuando centramos nuestro corazón en Ti y depositamos en Ti nuestra confianza (cf. 1Jn 4,18).
Padre, esto es ya un cierto anticipo del paraíso, cuando el poder del enemigo ya no puede asustarnos, cuando nos sentimos rodeados y protegidos por tu baluarte, cuando tu Espíritu ahuyenta las tinieblas:
“¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde, oh infierno, tu aguijón?” (1Cor 15,55)
Vivamos, entonces, en tu seguridad, sin dejarnos impresionar por el mundo del mal. ¡Apartémonos del “embaucador embaucado” y lancémonos a lo que está por delante (Fil 3,13b)!
Lo que está por delante es tu invitación a vivir contigo en un verdadero espíritu de familiaridad, cercanía y confianza, en un trato muy delicado y tierno. Sí, esto es vislumbrar un rayo de la eternidad, pues así y aun incomparablemente más gloriosa será nuestra comunión contigo en la eternidad, junto a todos los Tuyos. ¡Y ya aquí, en nuestra vida terrenal, puede anticiparse!