NO RENDIRSE JAMÁS

“Mientras vivamos, lucharemos. Mientras luchemos, es señal de que no hemos sido derrotados y de que el buen Espíritu habita en nosotros. Si la muerte no te encuentra como vencedor, que al menos te encuentre como luchador” (San Agustín).

¡Una sabia y atinada frase de San Agustín! En efecto, nunca debemos perder el ánimo, aunque en nuestro camino de seguimiento de Cristo o en nuestros esfuerzos apostólicos experimentemos derrotas.

Nuestro Padre Celestial quiere que, tras las derrotas, nos volvamos a levantar y sigamos luchando. Él nos da los medios necesarios para ello. Si se trata de un fracaso a nivel personal, tenemos acceso al sacramento de la penitencia. Si se trata de encarnizadas batallas que quieren perturbar, complicar o incluso impedir la misión que el Señor nos ha encomendado, basta con pensar en el ejemplo de Jesús o de los apóstoles: ¡Cuántas duras batallas tuvieron que afrontar; pero, incluso si parecían haber sido derrotados, siguieron luchando!

Las palabras de San Pablo de que “es preciso que entremos en el Reino de Dios a través de muchas tribulaciones” (Hch 14,22) nos recuerdan que las adversidades forman parte de nuestro camino. Muchas veces éstas se vuelven particularmente intensas cuando el Señor nos encomienda tareas importantes.

Lo decisivo es que no nos rindamos, que nos volvamos a levantar una y otra vez, con la confianza puesta en Dios, y sigamos luchando por el Reino de Dios. En efecto, el desánimo, así como los falsos pensamientos, quiere transmitirnos la mentira de que todo es en vano y que nunca alcanzaremos nuestra meta. De este modo, pretende debilitarnos hasta el punto de que nuestra relación interior con nuestra Padre nos parezca oscurecida.

¡Sigamos luchando con la fuerza de nuestro Señor! Aquí entra en juego nuestra voluntad, que es lo que podemos aportar. Si no vencemos, podremos al menos presentarnos ante nuestro Padre como alguien que luchó hasta el final.