En la oración, escuché un día estas palabras: “No te desanimes cuando el mal parezca triunfar. Son victorias pírricas, victorias ficticias, después de las cuales viene la derrota y la separación definitiva entre el bien y el mal.”
Cuando notamos cómo el mal parece triunfar en el mundo y a nuestro alrededor, la gran tentación que nos sobreviene es la de perder el ánimo, tirar la toalla e indirectamente darle así mayor poder al mal. ¡Pero no debería ser así!
La frase mencionada anteriormente quiere dejarnos en claro que las victorias del mal no son más que un engaño. Al fin y al cabo, Dios sabe incluir en su plan de salvación incluso a los poderes de las tinieblas, y éstos jamás pueden ir más allá de lo que Dios les permite.
Si, con la ayuda de nuestro Padre, nos armamos de valor en medio de las aparentes victorias del mal y lo invocamos con confianza, aferrándonos a la certeza de que Él se vale de todo para el bien de los que le aman (cf. Rom 8,28), entonces les estamos arrebatando a los poderes de la oscuridad su supuesto triunfo.
Pensemos en la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo. Satanás pensaba haber triunfado sobre Él, al igual que los enceguecidos jefes religiosos de aquella época. Sin embargo, su aparente victoria se convirtió en su mayor derrota, y la separación entre la luz y las tinieblas prosiguió su curso.
Es nuestro Padre quien tiene nuestro destino en su mano (Sal 31,16), y Él nos invita a no dejarnos llevar por cualquier pensamiento y sentimiento que quiere desanimarnos o incluso deprimirnos.
Cuando ya no tenemos más fuerzas, clamamos a nuestro Padre.
Cuando perdemos el ánimo, Él es nuestra esperanza.
Cuando vemos que el mal parece triunfar, recordamos que no son más que victorias pírricas, victorias ficticias, en las cuales se vislumbra ya su derrota.
Los poderes de las tinieblas jamás alcanzan victorias nobles. Siempre llevan el germen de la maldad en su interior.
Cuando tenemos que padecerlas, unimos nuestro sufrimiento con el de Nuestro Señor Jesucristo, haciéndolo así fructífero para su Reino y convirtiéndolo en oro indestructible en la cámara del tesoro de nuestro Padre.
¡No perdamos el ánimo! ¡El Padre está siempre con nosotros!