“Dios permite que surjan todo tipo de dificultades para los que se proponen servirle, pero, mientras se confíen a Él, nunca permite que sucumban bajo la carga” (San Francisco de Sales).
Todo el que haya emprendido seriamente el camino de seguimiento de Cristo, podrá confirmar esta frase de San Francisco de Sales. Nuestro Padre no permite que seamos tentados por encima de nuestras fuerzas (1Cor 10,13), ni que nos derrumbemos bajo el peso de la carga que nos corresponde sobrellevar en el camino hacia Él.
Incontables veces viviremos esta experiencia, y es importante que la dejemos penetrar en nuestra conciencia y en nuestro corazón, para que se nos convierta en una certeza interior. En efecto, la seguridad que surge de ahí actualizará nuestra fe en la situación concreta en la que tengamos que cargar una determinada cruz y nos veamos tentados a creer que ésta supera nuestras fuerzas. Entonces, hemos de poner nuestra mirada en el Señor y no dejar que las dificultades nos absorban hasta el punto de arrastrarnos a la oscuridad.
San Francisco de Sales señala la clave imprescindible para que esto suceda: confiarse a Dios. De hecho, cuando nos encomendamos sin reservas a Él, ya no ponemos nuestra confianza en primer lugar en nuestras propias fuerzas, que muy pronto llegan a su límite; sino en nuestro Padre, que en todo momento puede darnos la gracia de afrontar en Él la situación dada.
Entonces, paso a paso aprendemos a aceptar de mejor manera la cruz que se presenta en nuestro camino, por difícil que nos resulte, sencillamente porque tenemos la certeza de que nuestro Padre la permite por nuestro bien (cf. Rom 8,28).
En algún punto de nuestro camino, llegaremos a entender más profundamente que una cruz permitida por Dios hará madurar nuestra fe, y que nuestro Padre no sólo nos da a beber “leche”; sino también nos brinda alimento sólido (1Cor 3,1-2). Entonces incluso podemos llegar al punto de agradecer al Señor por tomarnos tan en serio en nuestro propósito de seguirle.