“Considero imposible que el amor se contente con quedarse estancado en un mismo lugar” (Santa Teresa de Ávila).
Ciertamente todos conocemos el maravilloso “Himno a la Caridad” de San Pablo, que concluye así: “La caridad nunca acaba” (1Cor 13,8).
Las palabras de Santa Teresa se alinean perfectamente con esta conclusión: el amor no puede quedarse estancado en un mismo lugar. El amor nos apremia (cf. 2Cor 5,14). Es la fuerza creadora de nuestro Padre, que jamás se agota. Sin generar la menor inquietud, penetra en nuestras almas, erige allí su santo Templo y no se cansa de llevar a término en ellas su obra de Redención y santificación.
Sabemos que, si nos dejamos mover por el amor de nuestro Padre y le correspondemos de todo corazón, éste se convierte en un fuego que nunca se extingue. En la contemplación, podemos y debemos disfrutar de este amor y descansar en él, en la medida en que nuestro Padre nos conceda esta dicha durante nuestra vida terrenal. Al mismo tiempo, el fuego del amor vuelve a ponernos en marcha, sin permitir que nos estanquemos y vivamos sólo para nosotros mismos.
Pensemos en una persona en la que se ha despertado el amor a Dios. Día tras día, intentará profundizar en este amor y cooperar con la obra creadora, redentora y sanadora de nuestro Padre. El amor de Dios nos apremia a buscar a todos los hombres. En el Mensaje a la Madre Eugenia Ravasio, el Padre nos hace ver una y otra vez cómo el amor le mueve a hacerlo todo por la salvación de la humanidad.
Y, puesto que esto es así, el Espíritu Santo –que es el amor derramado en nuestros corazones y, al mismo tiempo, el gran evangelizador–, no permitirá que nos detengamos; sino que nos exhortará una y otra vez a caminar con Él. Cuanto más se encienda en nosotros el fuego del amor, tanto más podremos hacer realidad estas palabras de San Francisco de Sales:
“El Espíritu Santo no tolera dilaciones; Él exige una respuesta rápida a sus mociones.”
NOTA FINAL: Puesto que, a partir de hoy, nos encontramos en un viaje misionero en Brasil y Argentina, recurriremos durante este tiempo a meditaciones del pasado. Si Dios quiere, después de Pascua podré volver a escribir reflexiones nuevas.