No desfallecer en el camino

1Re 19,4-8

En aquellos días, Elías caminó por el desierto una jornada, hasta llegar y sentarse bajo una retama. Imploró la muerte, diciendo: “¡Basta ya, Señor! ¡Toma mi vida, pues no soy mejor que mis padres!” Se recostó y quedó dormido bajo una retama, pero un ángel le tocó y le dijo: “Levántate y come.” Miró y vio junto a su cabecera una torta cocida sobre piedras calientes y un jarro de agua. Comió, bebió y se volvió a recostar. El ángel del Señor volvió por segunda vez, lo tocó y le dijo: “Levántate y come, pues te queda un camino muy largo.” Se levantó, comió y bebió, y con la fuerza de aquella comida caminó cuarenta días y cuarenta noches, hasta llegar al monte de Dios, el Horeb.

En la lectura de hoy, volvemos a encontrarnos con el profeta Elías, del que se habla frecuentemente en la Sagrada Escritura. De hecho, no es de sorprender que sea así, puesto que incluso se lo considera como precursor de la Venida de Cristo. En la tradición ortodoxa, por ejemplo, se lo venera como tal y muchos lugares santos de la cristiandad oriental están dedicados al profeta Elías.

Hoy nos lo encontramos en una situación difícil, en la que se muestra cansado de la vida. Esta reacción no es de extrañar, ya que se sentía prácticamente solo frente al poder del rey. Estaba siendo perseguido por Jezabel, la mujer del rey, que quería vengarse de él, y no tenía a nadie cerca que lo proteja. A todo esto, viene a añadirse la constatación de su propia limitación, como lo expresa en la lectura bíblica: “No soy mejor que mis padres.”  ¡Basta ya! ¡Es hora de morir!

¡Qué bien podemos entender al profeta! Tal vez nosotros mismos hemos experimentado algo similar, cuando la misión que nos espera parece superar con creces nuestra capacidad y lo que hemos realizado nos resulta tan imperfecto. No pocos misioneros habrán pasado por algo semejante, cuando todos sus esfuerzos parecían no producir fruto alguno o sólo muy pocos; cuando llegaban al límite de sus posibilidades humanas; cuando se sentían impotentes y quizá incluso se les venía el pensamiento de que ya es hora de que todo termine…

Pero la lectura de hoy nos muestra qué es lo que Dios puede obrar en tales momentos. Cuando Elías está “al borde del fracaso” –humanamente hablando– Dios lo levanta. En un primer momento, Elías no se da cuenta y vuelve a dormirse; pero luego escucha la instrucción del Señor, recobra fuerzas y retoma su camino.

Ésta es una maravillosa lección para todos nosotros. Tarde o temprano, tal vez incluso muy pronto, nuestras fuerzas humanas se agotan. Tal vez hemos puesto todo de nuestra parte para cumplir nuestra tarea; pero ya no nos queda fuerza para seguir, como le sucedió a Elías. Sin embargo, es ahí donde viene a nuestro auxilio la gracia de Dios, levantándonos y permitiéndonos continuar con la fuerza del Señor. Puede que nuestros miembros sigan sintiéndose débiles y nuestro corazón no se consuma en entusiasmo; sin embargo, seguimos adelante para cumplir nuestra misión.

Así, la lectura de hoy se convierte en una exhortación a no rendirnos, sino a abandonarnos más que nunca en la gracia de Dios. Aunque nos sentimos “al borde del fracaso”, es posible que para Dios no sea, de modo alguno, el final de la historia. Tal vez Él permitió que llegáramos a ese punto, para que, como nunca antes, empecemos a vivir de “su alimento”, para que le dejemos actuar en nosotros, para que no nos miremos tanto a nosotros mismos ni nos fijemos demasiado en lo que hemos o no hemos logrado. En lugar de todo ello, nos invita a que simplemente continuemos, así como Elías, que recibió la fuerza para caminar durante cuarenta días y cuarenta noches, hasta llegar al lugar que Dios le había indicado.

En la vida interior, en el camino espiritual, hay experiencias similares. En la mística se habla de la “noche de los sentidos” y de la “noche del espíritu”. Cuando empieza una vida interior más profunda; es decir, cuando Dios guía más directamente al alma, suele llegar una etapa en la que ya no actuamos como de costumbre a partir de nuestra naturaleza; sino que se despliega más la vida del espíritu. Para la vida natural, esto es como una noche o como la muerte misma. Pero también aquí se aplica lo mismo: ¡Hay que seguir, reconfortados por la fuerza del Señor, por su alimento, que consiste en hacer la Voluntad de Dios (Jn 4,34)!

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