“NO CONFIÉIS EN LOS PRÍNCIPES” 

“No confiéis en los príncipes,

seres de polvo que no pueden salvar (…).

Dichoso a quien auxilia el Dios de Jacob,

el que espera en el Señor, su Dios.” (Sal 145,3.5)

La invitación que nuestro Padre nos dirige una y otra vez a confiar en todo y del todo en Él, viene acompañada de la advertencia de no buscar ni en los príncipes ni en hombre alguno la seguridad existencial de nuestra vida.

En efecto, las Sagradas Escrituras –y la vida misma– nos enseñan que no debemos buscar falsas seguridades ni mucho menos edificar sobre ellas nuestra existencia. Todo se desvanece, sólo Dios permanece. “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” –nos dice Jesús con toda claridad (Mt 24,35).

Dios nos muestra un gran amor al sacarnos de todas las ilusiones, porque es imprudente confiar en lo creado. Aun los príncipes, sean del tipo que fueren, y las personas a nuestro alrededor, por más cercanas que sean, no existen por sí mismas; sino que han recibido la vida y son, por tanto, limitadas.

La invitación de Dios a confiar plenamente en Él nos introduce en la realidad de la vida; en aquella realidad que existe desde siempre y permanece para siempre. Nos libera de las falsas expectativas y esperanzas que a menudo depositamos en otras personas. Nos saca de nuestras propias fantasías e ilusiones, que tan fácilmente asociamos con otras personas.

Al mismo tiempo, nos hace más misericordiosos frente a los demás. En efecto, es imposible para los hombres corresponder a nuestras expectativas cuando esperamos de ellos algo que sólo Dios puede dar. Cuando actuamos así, no sólo vivimos en una ilusión, sino que imponemos a los demás una carga que no pueden llevar. En consecuencia, fácilmente sufriremos decepciones o incluso despreciaremos a las otras personas cuando éstas no corresponden a nuestras falsas expectativas.

En cambio, si depositamos toda nuestra esperanza en Dios, sabremos tratar con realismo y también con misericordia a las otras personas, sin nunca idealizarlas. Así, las advertencias divinas contenidas en el salmo se convierten para nosotros en una lección de deliciosa sabiduría, que nos libera si la acatamos.