“La verdad reclama su derecho” (Palabra interior).
Sin verdad, no puede haber verdadero amor ni podemos comprender correctamente la misericordia de nuestro Padre celestial. De hecho, su misericordia jamás pasa por alto ni anula la verdad y la justicia, sino que las necesita como cimiento para que la luz de Dios nos señale el camino correcto.
Sin duda, la disposición de nuestro Padre para perdonar al hombre es infinita. Precisamente en su Mensaje a la Madre Eugenia Ravasio lo pone de manifiesto de una forma muy conmovedora. Si, antes de morir, la persona se arrepiente una sola vez de sus pecados e invoca y pide perdón a su divino Padre, Él le perdonará en virtud de este acto de amor y verdad.
Sin embargo, este acto es indispensable para que la persona despierte a la verdad. Aunque, por lo general, tendrá que permanecer un tiempo en un lugar de expiación y purificación, luego estará unida a Dios por toda la eternidad.
Por eso es indispensable que el anuncio del amor infinito de nuestro Padre Celestial esté impregnado de verdad. Toda persona está llamada a vivir conforme a la verdad y, si la ha abandonado, a volver a ella por la gracia de Dios.
Esto es especialmente importante en el anuncio de la Iglesia: aunque deba abajarse con amor y tender la mano a los pecadores y extraviados, nunca puede omitir el llamado a la conversión, porque la verdad exige su derecho. Si se dejara de lado este llamado, las personas se verían engañadas por un falso amor y se mecerían en una ilusoria seguridad.
Jesús no condenó a la mujer adúltera que le presentaron, pero sí la exhortó a no volver a pecar (Jn 8, 11).