“Mirad qué amor tan grande nos ha mostrado el Padre: que nos llamemos hijos de Dios, ¡y lo somos!” (1Jn 3,1a).
Hay muchas maneras de crecer en el amor a Dios. Una de ellas consiste en elegir una frase de la Sagrada Escritura que exprese de un modo particularmente conmovedor el amor de nuestro Padre. En la Biblia abundan frases de este tipo. Luego, se trata de interiorizar una y otra vez la palabra escogida, hablar con el Padre sobre lo que nos dice y agradecerle. Algunos padres del desierto lo llaman «rumiar la palabra». En efecto, toda palabra de Dios brota de su corazón y es capaz de inflamar el nuestro.
Conocemos también la maravillosa actitud de la Virgen María, que ponderaba en su corazón la Palabra del Señor (Lc 2,19.51). ¡De eso se trata!
La cita bíblica de hoy es muy adecuada para meditar en el amor de Dios. Se percibe la alegría y la gratitud del autor de estas palabras. Nos lleva a reconocer que somos hijos de Dios, que Él nos ha llamado a su cercanía hasta ese punto, que podemos ser sus herederos y que nos tiene preparada una gran riqueza.
Movidos por la gratitud ante esta inmensa gracia, crecerá nuestro amor por nuestro Padre e iremos descubriendo cada vez más lo que significa ser hijos de Dios, porque tenemos un Padre maravilloso que quiere hacernos partícipes de la riqueza de su amor.
Cuanta más confianza adquiramos en Él, más interiorizaremos lo que significa ser hijos amados suyos y esta certeza nos otorgará una gran libertad. Entonces, ya no es sólo una verdad de fe que recibimos a través de esta palabra, sino que esta certeza se convierte en una realidad interior marcante, que da resplandor a toda nuestra vida y echa profundas raíces en nosotros:
“Nos llamamos hijos de Dios ¡y lo somos!”