Si queremos profundizar en la relación con nuestro Padre Celestial, es importante tomarnos el tiempo para estar a solas con Él. Podrían enumerarse muchos frutos que surgen de esta intimidad. Sin embargo, hay una razón que puede ser nuestra principal motivación para buscar y cultivar este diálogo silencioso con nuestro Padre. Él mismo la menciona:
“¡Nadie puede imaginar la alegría que experimento cuando estoy a solas con un alma!”
Sabemos que Dios siempre tiene tiempo para nosotros. Nunca acudimos a Él en vano; Él siempre nos escucha cuando lo invocamos (cf. Sal 4,4). Y este mismo Dios se alegra cuando nos tomamos tiempo para Él, buscando solamente su presencia y estando a solas con Él.
¿No es una de las cosas más hermosas en esta vida poder traer alegría a otras personas? Ciertamente todos lo hemos experimentado. ¡Y qué triste es cuando las personas no conocen esta dimensión del amor y no quieren ser motivo de alegría para otros ni tampoco disfrutan ellas mismas esta alegría!
Y si es hermoso traer alegría a las personas, ¡cuánto más lo es concederle a nuestro Padre la dicha de estar a solas con Él y dedicarle tiempo! Para el Señor esto es una prueba de nuestro amor, que significa que su amado hijo está dispuesto a acoger su amor y que Él puede infundir en su corazón todo lo que le tiene preparado.
Entonces, se nos encomienda la tarea de complacer al Señor del cielo y de la tierra, más aún, de traerle una alegría tan grande que ni siquiera podemos imaginarla.
Y la forma de hacerlo es tan sencilla: simplemente estar con Dios y abrirle el corazón, así como María se sentaba a los pies de Jesús y le escuchaba (cf. Lc 10,39), y el discípulo amado se recostaba sobre el pecho del Señor (cf. Jn 13,25).
¿Y no es aún más hermoso que, al hacerlo, no tengamos en mente como primera meta nuestro propio crecimiento espiritual, sino simplemente el de alegrar a nuestro Padre con nuestra presencia? Tal vez a Él le agrade que simplemente le cantemos: “Abbá, Abbá, Abbá…”