MIRANDO AL PADRE CON LOS OJOS DE JESÚS

“Jesús elevó sus ojos al cielo y dijo: ‘Padre…’” (Jn 17,1).

 Es ésta la actitud predominante de Jesús: alzar sus ojos al Padre. En ello se expresa lo más profundo de su ser, pues Él vino al mundo para cumplir la Voluntad del Padre (cf. Jn 4,34). ¡No había nada que fuese más importante para Él! Su corazón estaba en todo momento enfocado en el Padre.

Para entender mejor a Jesús, se nos invita a elevar junto a Él los ojos al cielo, hacia su Padre y nuestro Padre (cf. Jn 20,17). Se trata de los ojos del corazón, que son capaces de ver a Dios y de reconocer su amor. Jesús siempre estuvo lleno de este amor. No había nada que lo separase de su Padre, y el Espíritu Santo mismo es el vínculo de amor entre ellos.

Cuando alzamos los ojos al Padre junto a Jesús, nosotros mismos somos elevados e introducidos en el Corazón de la Santísima Trinidad. Dejamos atrás nuestra visión puramente terrenal y empezamos a ver con los ojos de Aquél ante quien nada está escondido. Así, su mirada de amor encuentra cada vez más cabida en nosotros.

Entonces empezamos a ver a este mundo y a las personas con la mirada de Jesús y del Padre, en el Espíritu Santo. Aguardamos sus instrucciones y nos ponemos cada vez más a su servicio. Jesús mismo nos enseña cómo no perder de vista al Padre que está en el cielo: cumpliendo en todo momento su Voluntad.

Entonces, junto a Jesús viviremos conscientemente bajo la mirada de nuestro Amado Padre, sabiéndonos siempre amados por Él con el mismo amor con que ama a su Hijo Unigénito. Cada mirada al cielo se convierte en una garantía de este amor divino, en la certeza de que –junto a Jesús– tenemos nuestro hogar en el Padre y vivimos en su complacencia. En el Corazón de Jesús, escuchamos las magníficas palabras del Padre:

“Este es mi Hijo amado, en quien me complazco” (Mt 17,5).

Si permanecemos en su amor, también a nosotros se nos aplicarán estas palabras.