“MI SANTIDAD ADORNA VUESTRA ALMA”

El amor de nuestro Padre se derrama sobre nosotros especialmente a través del Santo Sacrificio de la Misa, cuya digna celebración y participación Él nos encomienda. Aquí nuevamente somos nosotros los receptores y los invitados –siempre y cuando estemos en estado de gracia– y simplemente le damos a Dios la oportunidad de colmarnos de sus bienes, como tanto le gusta hacerlo.  

Así nos dice en el Mensaje a Sor Eugenia Ravasio:

“Por medio de este Sacramento, os unís a mí de forma íntima, y en esta intimidad mi amor se derrama sobre vosotros, adornando vuestra alma con la santidad que poseo” (Mensaje del Padre a Sor Eugenia Ravasio).

Entonces, si nuestra alma está debidamente preparada y acudimos a recibir la santa comunión, nuestro Señor entra en ella con toda su gloria y se une a nosotros. Así puede darse ya aquí, durante nuestra vida terrenal, la unificación con Dios a nivel sacramental, y ésta ha de marcar toda nuestra vida. En efecto, la meta del seguimiento de Cristo, el Hijo de Dios, es la unión plena con la Voluntad del Padre. Aunque sólo en la eternidad podrá alcanzarse a plenitud esta meta, sin que nada nos separe ya de Dios, podemos acercarnos día a día a ella…

El Padre nos ha dejado la Santa Misa y la recepción de la comunión como un camino hacia Él y de Él hacia nosotros, y en Ella nos ha dado un signo visible de su amor. Por una parte, Él simplemente quiere colmarnos consigo mismo; por otra parte, nos invita a cooperar con este regalo. El Padre quiere que avancemos paso a paso en nuestra santificación, como nos da a entender en estas palabras: 

“Yo os inundo con mi amor. Entonces, sólo tenéis que pedirme las virtudes y la perfección que necesitáis, y podéis estar seguros de que, en estos momentos en que Dios reposa en el corazón de su criatura, nada os será negado” (Mensaje del Padre a Sor Eugenia Ravasio).