«Dondequiera que estés tú, allí está mi cielo. Ya sea que estés comiendo, durmiento o haciendo cualquier otra cosa, mi morada está siempre en ti»
Con gran ternura, el Señor dirigió estas palabras a Santa Matilde, y es verdad lo que le dice. Nuestro Padre busca su cielo en nuestras almas y nunca nos pierde de vista. Esto vale para todas las personas, pero solo puede establecer su morada en aquellas almas que viven en estado de gracia. Hasta entonces, el Señor no cesa de llamarlas de regreso a casa para encontrar en ellas su cielo.
¡Qué vida tan dichosa podemos llevar ya aquí en la tierra cuando se hacen realidad en nosotros estas palabras del Señor, cuando sabemos que Él, nuestro Padre, está siempre con nosotros y que esto le produce una inmensa alegría!
El cielo del Señor es nuestra alma. ¿Qué significa esto? Que su amor encuentra la respuesta que busca, de manera que puede comunicársenos y nosotros, por nuestra parte, estamos en buena disposición para acoger todas las gracias que nos tiene preparadas. ¡Qué dicha para nosotros y para nuestro Padre!
Me gustaría decirle algo a nuestro Padre con respecto a nosotros, los fieles:
“Padre, sabemos que Tú nos buscas con amor infinito. Sólo podemos entenderlo desde la perspectiva de tu amor, porque aún descubrimos tantas cosas en nosotros que, a nuestros ojos, no son nada agradables. Pero Tú sabes cómo lidiar con estas debilidades. Tú siempre piensas en nosotros. También nosotros quisiéramos pensar siempre en Ti en todo lo que hacemos y decimos, en todo lo que pensamos y sentimos, y no perderte un solo instante ni de vista ni del corazón, pues Tú eres nuestro cielo. ¿Podrías ayudarnos? ¡A menudo seguimos siendo tan distraídos!”