“MI HIJO SIEMPRE ME TUVO PRESENTE”

 

«Mira a mi Hijo: ¿No me tenía siempre presente? Lo mismo ha de suceder contigo» (Palabra interior).

Debemos imitar a Nuestro Señor Jesucristo en todo, y así seremos introducidos en el Corazón de nuestro Padre Celestial. Si lo intentamos día tras día y volvemos lo antes posible a Jesús en caso de haber perdido el camino, entonces nos resultará cada vez más natural tener la mirada puesta en nuestro Padre Celestial. Sabemos que Jesús no hacía nada sin antes elevar sus ojos al Padre Celestial para actuar en plena conformidad con Él. Santa Juana de Arco lo expresó de este modo: «Todas mis palabras y acciones están en manos de Dios; en todas las cosas espero en Él».

Lo que Nuestro Señor hacía en virtud de su naturaleza divina, nosotros podemos hacerlo en virtud de la gracia. Es ella la que nos permite centrar toda nuestra vida en nuestro Padre Celestial, siempre y cuando permanezcamos en ella. Esto sucede, sobre todo, cuando volvemos nuestro corazón hacia Él. Cuanto más intensamente lo anhelemos, lo busquemos y permanezcamos en unión interior con Él, más podrá nuestro Padre amar a través de nuestro corazón, tanto a nosotros mismos como a otras personas.

Estamos invitados a llevar ante Él todo lo que aún es oscuro en nosotros, todo lo que no está impregnado por el amor en su sentido más amplio. Puesto que todo lo que es hostil a Dios no puede resistir ni penetrar en su corazón, será tocado por su luz si se lo presentamos como cargas que nos agobian. Entonces, la oscuridad en nuestro corazón empieza a disiparse. Cuanto más sutilmente percibamos nuestras sombras y malas actitudes y las llevemos ante el Señor, más se purificará nuestro corazón bajo el influjo del amor divino. Esta progresiva purificación del corazón hará que tengamos cada vez más presente a Dios, que empecemos a verlo en el amor, y así comenzarán a cumplirse las palabras de Jesús: «Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios» (Mt 5, 8).