Mt 11,28-30
“Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os proporcionaré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera”.
¡Qué bella invitación nos hace el Señor! Estas palabras Suyas nos permiten echar una mirada sobre Su corazón. También en la lectura de este día, tomada del libro de Isaías, el Señor le muestra a su pueblo cuánto se preocupa por él, cómo lo acompaña y lo sostiene. Así dice el profeta: “El Señor fortalece al que está fatigado y acrecienta la fuerza del que no tiene vigor (…). Los que esperan en el Señor renuevan sus fuerzas, despliegan alas como las águilas; corren y no se agotan, avanzan y no se fatigan” (Is 40,29.31). Y también el extracto del Salmo 103 habla de la ternura y la misericordia que Dios tiene para con nosotros.
¡Cuánto consuelo podemos encontrar en estas palabras! Dios no está lejos ni es indiferente frente a los destinos de los hombres. Así como Él cuenta día tras día el ejército de las estrellas y llama a cada una por su nombre (Is 40,16), así mismo nos ha llamado a nosotros por nuestro nombre y somos Suyos (cf. Is 43,1).
En realidad estas consideraciones deberían darnos una gran seguridad en nuestra vida, aquella seguridad que surge cuando somos amados. Más aún si sabemos que podemos llevar nuestras cargas y fatigas ante Alguien que nos ayudará a cargarlas, que las hará más llevaderas, que les dará un sentido y las transformará en tareas que se nos encomiendan y que tendrán un valor en el plan de la salvación.
Ciertamente éste es un aspecto de ese descanso que el Señor quiere proporcionarnos. ¡No tenemos que enfrentarnos solos a las cargas y a las fatigas!, ¡no tenemos que caer en un sinsentido; sino que podemos estar seguros de que el Señor nos ama y está con nosotros! ¡Él nos invita amorosamente a entrar en un diálogo con Él! Así, podremos experimentar que no estamos indefensos frente a nuestras debilidades; sino que su Corazón amantísimo y consolador está junto a nosotros.
Pero la invitación del Señor va más allá, y no sólo nos ofrece consuelo en nuestras necesidades. Jesús vuelve a decir que quiere darnos descanso. Y en esta ocasión habla de un yugo suave, refiriéndose a la imitación de la mansedumbre y humildad que hay en su Corazón.
En esta invitación a imitarlo, podremos descubrir el sentido más profundo de nuestra existencia. Y el descanso que recibiremos si lo imitamos tiene otras dimensiones. Se trata de un reposo interior, o de una paz interior, al estar en el camino que Dios ha preparado para nosotros. Es la serenidad de quien ya no tiene que seguir buscando el estrecho ingreso al Reino de Dios, puesto que ya ha encontrado a Aquel a quien ama. Así se cumplen aquellas palabras que dijo San Agustín: “Inquieto está el corazón del hombre hasta que encuentre su paz en Ti.”
Ahora nos espera el yugo del Señor, que no sólo consiste en conocer la bondad y humildad que habitan en Su corazón; sino también en imitarlas, para que nuestro corazón se haga igual al Suyo, de manera que las virtudes y los dones del Espíritu Santo puedan crecer. ¡Estamos llamados a asemejarnos a Cristo!
Muchos podrán pensar que se trata de un camino difícil. Pero deben saber que es un camino que se anda en la verdad y en el amor, y así nos introduce en la dimensión esencial de nuestra existencia. Sí, es cierto que hay que dejar atrás muchas cosas; es cierto que hay que cambiar; es cierto que hay que hacer a un lado todo lo que se opone a la bondad y a la humildad del Corazón de Jesús. ¡Y esto puede parecer difícil! Pero, ¿no es acaso una carga ligera, o incluso dulce? Son nuestras durezas de corazón, nuestro orgullo y nuestra terquedad los que nos ponen cargas pesadas; y no sólo a nosotros, sino también a las personas que nos rodean.
¡Jesús nos ofrece que llevemos ante Él nuestras cargas, y que cambiemos en la imitación Suya, dejándonos transformar por Él! ¡Y después nos espera una carga suave y ligera! Si conocemos este infinito amor de Dios, y sabemos que Él nos sostiene, ¿no nos sentiremos acaso “obligados” a hablar a la humanidad de este Señor, que con tanta ternura nos ama? ¿No estaremos así participando de aquel “deber de predicar el evangelio”, del que habla San Pablo? (cf. 1Cor 9,16) Así, estaremos tomando sobre nosotros aquel “dulce yugo” de la evangelización.
¿Habrá mejor forma de agradecer al Señor, que respondiendo a su invitación de tomar sobre nosotros su suave yugo? Su yugo es suave y su carga ligera, porque están cimentados sobre la verdad y el amor.