MI ALMA ESTÁ UNIDA A TI

“Mi alma está unida a ti, porque por ti, Dios mío, mi cuerpo fue lapidado” (Antífona de Laudes para la Fiesta de San Esteban).

Estas palabras habría exclamado San Esteban, expresando en ellas su gran amor al Padre. Su alma le pertenecía a Dios, quien lo había atraído tan cerca de su corazón que lo hizo dispuesto incluso a la muerte por amor a Él.

¿Qué fue lo que obró nuestro Padre Celestial en el alma de esta persona, para que pudiese ofrecer tal sacrificio?

En primera instancia, debemos tener en claro que Dios mismo fue el primero en sacrificarse por nosotros por amor. Corresponde a su amor el estar dispuesto a sufrir por su criatura que se alejó de Él. Esta es una realidad diametralmente opuesta a la que se refleja en ciertas prácticas satánicas o paganas, profundamente distorsionadas, en las que el hombre mismo sacrifica a otras personas, incluso niños, como sacrificios para “aplacar la ira de los dioses”.

Partiendo de la entrega de amor de Dios, que encontró su punto culmen en la Cruz, el hombre puede, por gracia de Dios, despertar su mayor nobleza y capacidad de amar: “No hay amor más grande que el que da la vida por sus amigos” (Jn 15,13).

Entonces, el amor de Dios puede penetrar nuestro corazón hasta el punto de volverlo capaz de entregarle lo más valioso; es decir, la propia vida. Esto no sucede únicamente en el martirio de sangre, sino que el Padre nos invita una y otra vez a entregarle toda nuestra vida. Si lo hacemos, podremos exclamar algo similar a estas palabras puestas en boca de San Esteban:

“Mi alma está unida a ti, porque a ti, Dios mío, te he entregado toda mi vida.”

¡Qué hermosa respuesta sería al amor de nuestro Padre!