“MEJORES SON QUE EL VINO TUS AMORES” 

Son los místicos quienes pueden describirnos vívidamente el amor de Dios, a menudo empleando un lenguaje extasiado, como sucede a veces en el plano humano con los enamorados, que quieren expresar su amor.

Estos místicos están como embriagados, porque el sobrecogedor amor divino ha abierto las profundidades de su alma, derramándose en ellos y llegando a desbordarse también. ¡Apenas pueden contenerlo! Por nuestras limitaciones terrenales, resulta difícil describir en palabras lo que el alma experimenta. Sin embargo, se puede recurrir al lenguaje del amor.

Así, escuchamos cómo el Cantar de los Cantares describe un amor tal. Aunque se refiera a un amor humano, trasciende al amor de Dios por el alma humana, y nos permite percibir la belleza de este amor en el lenguaje del novio y de la novia.

“Indícame, amor de mi alma, dónde apacientas el rebaño, dónde lo llevas a sestear a mediodía” (Ct 1,7).

“Si no lo sabes, ¡oh la más bella de las mujeres!, sigue las huellas de las ovejas (…).¡Qué bella eres, amada mía, qué bella eres!” (Ct 1,8.15a).

El alma exclama:“¡Qué hermoso eres, amado mío, qué delicioso! A su sombra apetecida estoy sentada, y su fruto me es dulce al paladar. Su izquierda está bajo mi cabeza, y su diestra me abraza” (Ct 1,16; 2,3b.6).

Le dice el Amado: “Levántate, amada mía, hermosa mía, y vente. Paloma mía, en las grietas de la roca (…), muéstrame tu semblante, déjame oír tu voz; porque tu voz es dulce, y gracioso tu semblante. ¡Toda hermosa eres, amada mía, no hay tacha en ti! Ven del Líbano, novia mía, ven del Líbano, vente” (Ct 2,10.14; 4,7.8a).

La novia dice: “Yo soy para mi amado y mi amado es para mí: él pastorea entre los lirios. Yo soy para mi amado, y hacia mí tiende su deseo” (Ct 6,3; 7,11).