Amado Espíritu Santo, uno de tus frutos más maravillosos es el de la paz. Es una paz que el mundo no puede dar (cf. Jn 14,27), pero tampoco puede arrebatar. Se trata, entonces, de una paz distinta a la que usualmente conocemos; una paz que permanece.
¡El mundo habla tanto de paz, pero no consigue hallarla! Hay guerras por doquier, y la paz es tan frágil e inestable. Y es que, ¿de dónde puede venir una verdadera paz. Por más que tengamos buena voluntad, no llegaremos por nosotros mismos a aquella dimensión de paz que promete Jesús.
La paz no es solamente ausencia de guerra, aunque esto sea tan deseable para el mundo. La verdadera paz va más allá: es la coherencia de la vida con la verdad absoluta del ser, y de ahí le viene su fuerza creadora.
Al reflexionar sobre esto, oh Espíritu Santo, nos enfrentamos con cuestionamientos más profundos… ¡Resulta que la paz ha de iniciar en nosotros mismos!
Entonces, ¿de dónde procede esta paz?
El hermano Nicolás, un santo de Suiza, nos dice: “¡Paz sólo hay en Dios!”
Estas palabras nos muestran que la paz brota de la relación con Dios, cuando toda nuestra vida está ordenada en Él. Si te damos a Ti, Espíritu Santo, la posibilidad de hacer a un lado todo aquello que se opone a la paz en nuestro interior, entonces madurará, como fruto Tuyo, esta paz. En primer lugar, ella se encargará de llevar a su fin la guerra que se desata en nuestro interior, procedente de las malas inclinaciones; la guerra contra nuestra razón, al hacer aquello que en realidad sabemos que no deberíamos hacer… La paz trabajará también en nuestras malas actitudes: la obstinación en tener la razón, el orgullo, el egocentrismo, etc. La paz abrirá nuestros ojos para ver la dimensión completa, de manera que el propio “yo” pueda retroceder ante lo que es más importante.
Pero lo que decimos sobre nosotros mismos, cuenta también para el mundo. A menos que tengamos los ojos cerrados, tendremos que constatar que hay tantas zonas del mundo en conflicto, tanta violencia, que no es siempre visible, pero se manifiesta en sus desastrosas consecuencias.
¿Cómo será posible vivir en paz, mientras la vida de niños inocentes en el vientre materno no sea respetada, sino destruida? ¿Cómo podrá llegar la paz, mientras el hombre no conozca la fuente de la paz? ¿Cómo hallar paz, si la verdad no es reconocida ni se la toma como criterio?
Así, oh Espíritu Santo, veo que existe una única posibilidad de encontrar verdadera y profunda paz: Tenemos que conocerte más a fondo a Ti, que eres la fuente de la paz. ¡En Ti, podremos ser verdaderos pacificadores!
Deberíamos contarles a las otras personas sobre Ti, y, en Tu luz, dar testimonio de la bondad de nuestro Padre Celestial. La verdadera paz llegaría cuando los hombres conozcan a su Padre, así como Él es en verdad. Cuando esto suceda y los hombres no le cierren su corazón, ¿quién osaría hacer la guerra a sus hermanos?