Espíritu Santo, con los dones que Tú infundes en nuestra alma, quieres hacer surgir todos los frutos que estamos meditando. Son verdaderos frutos que iluminan nuestra vida, son expresión de tu amor y permiten a los hombres tratarse unos a otros así como Jesús quiso:
“Que todos sean uno; como Tú, Padre, en mí y yo en Ti, que así ellos estén en nosotros, para que el mundo crea que Tú me has enviado. Yo les he dado la gloria que Tú me diste, para que sean uno como nosotros somos uno. Yo en ellos y Tú en mí, para que sean consumados en la unidad, y conozca el mundo que Tú me has enviado y los has amado como me amaste a mí.” (Jn 17,21-23)
Nosotros, los hombres, oh Espíritu Santo, hemos de vivir en verdadera unidad contigo y también hemos de convivir en unidad los unos con los otros. Pero si abrimos los ojos y no vivimos en una ilusión, resulta evidente que no seremos capaces de ello por nuestras propias fuerzas. Por eso debemos acudir a la fuente del amor y de la bondad, y beber de ella. ¡Esa fuente eres Tú mismo, Espíritu Santo!
Si tus frutos crecen en nosotros, entonces las personas no sólo escucharán que el amor y la bondad existen; sino que podrán experimentarlos en el encuentro con nosotros.
Nosotros, los hombres, tenemos que admitir con humildad que, aunque podamos hacer cosas buenas, no somos buenos por nosotros mismos; sino que es Tu bondad, oh Espíritu Santo, la que puede crecer y madurar en nosotros. Y si ésta crece como un fruto, y se va haciendo eficaz, entonces podremos constatar cómo se cumplen estas palabras de Albert Schweitzer:
“La constante bondad es capaz de grandes cosas. Así como el sol derrite el hielo, así la bondad disipa los malentendidos, la desconfianza y la hostilidad. Todo lo que una persona ofrezca de bondad al mundo, tendrá su efecto en el corazón y en el pensar de la humanidad.”
De hecho es así: cuando el maravilloso fruto de la bondad irradia su calor, uno se encuentra con la misericordia, aquella extraordinaria cualidad de Dios que nos conserva con vida y nos levanta una y otra vez. ¡Es difícil resistir a una persona bondadosa! Sólo un corazón muy cerrado lo lograría… Porque la bondad es capaz de derretir la capa de hielo que a menudo se ha formado alrededor de nuestro corazón. Y es que la bondad no solamente es buena por ratos, sino que es una actitud constante y una fina nobleza del corazón, que abarca la benevolencia, la aceptación de la otra persona, la generosidad…
A veces se dice que una persona se va volviendo bondadosa en cuanto va creciendo en edad. Pero esta relación no siempre atina, porque la bondad crece como fruto del Espíritu, y frecuentemente es la expresión de un largo camino de purificación interior.
Así como todos los otros frutos Tuyos, oh Espíritu Santo, también la bondad sirve a la glorificación de Dios y manifiesta algo de Su Ser. Y a la vez estos frutos están al servicio de los hombres, pues ¿para quién no será un regalo la amabilidad, la verdadera paz, la pureza en un corazón y la bondad?
Así Tú, Amado Espíritu Santo, quieres glorificar al Señor por medio de Tus frutos, y modelar al hombre para que llegue a ser aquello que Dios ha pensado para Él.