Amado Espíritu Santo, Tú que eres la luz eterna y pura, ven y penetra en nosotros, para que nada quede escondido ante Ti; para que no pueda subsistir ninguna sombra en nuestra alma; para que la oscuridad retroceda y todo quede inflamado en Tu amor. Despiértanos de toda letargia y purifica nuestro corazón, para que pueda yo amar como Dios ama, como Tú amas; para que Tú y yo estemos unidos hasta lo más íntimo en la alabanza de la gloria de Dios.
“¡Oh Dios! Crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme”
Tú, Amado Espíritu Santo, eres “un Espíritu inteligente, santo, único, múltiple, sutil, ágil, perspicaz, inmaculado, claro, impasible, amante del bien, agudo, libre, bienhechor, filántropo, firme, seguro, sereno, que todo lo puede, todo lo controla y penetra en todos los espíritus: los inteligentes, los puros, los más sutiles”. (Sab 7,22-23)
Cuando escucho todas estas descripciones de Tu Ser, Amado Espíritu, pienso en mi pobre corazón y veo cuántas preocupaciones innecesarias aún moran en él, cuán disperso e inconstante es, cuán susceptible y a veces tan duro, tan ciego y tan egocéntrico… Tú siempre estás ahí, y, aun siendo todo puro, no escatimas el abajarte para entrar en mí y purificarme. Si no fuera por ello, no sabría qué hacer conmigo y con toda mi oscuridad, y terminaría sucumbiendo en mi propio abismo.
“¡Oh Dios! Crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme”
Pero Tú no eres como yo. Todo lo oscuro que hay en mi corazón no existe en Ti, porque Tú eres luz sin sombra y amor sin límites… ¿Sabes qué es lo que más me gusta de Ti? Que Tú luchas por conquistarme, y lo mismo haces con cada persona. Tú quieres atraerme a mí, pobre e impura criatura, para renovarme y moldearme según la imagen de Dios. ¡Tú nunca te cansas y Tu amor jamás disminuye! Por eso confío en Ti más que en Mí mismo, más que en todas las otras personas, por bondadosas que sean, porque Tu Espíritu lo penetra todo y Tu amistad es mi alegría.
“¡Oh Dios! Crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme”
Pero, Amado Espíritu Santo, Tú también eres exigente, como corresponde a la esencia del amor. Tú no quieres ser un huésped ocasional, que viene por un momento y después ya no se le presta atención. Tú quieres conquistarme, para que ya no anhele yo otra cosa que vivir en Tu luz. Por eso Tú no me sueltas aun cuando yo me duermo espiritualmente, cuando no me esfuerzo lo suficiente por trabajar en mi corazón, cuando me descuido, cuando cierro los ojos ante mis imperfecciones voluntarias, cuando me entrego a pensamientos tontos e innecesarios, cuando ofendo la castidad, cuando lleno mi corazón con bienes pasajeros, cuando no me domino y cedo a mis malas inclinaciones. Entonces, Tú vienes para advertirme y recordarme el bien imperecedero, para enseñarme que no hay piedra preciosa que te iguale a Ti y que, en comparación contigo, el oro parece arena y la plata no es más que barro. Entonces, Tú me traes a la memoria a tu amigo San Pablo, que todo lo consideraba basura, excepto servir a Cristo (cf. Fil 3,8).
“¡Oh Dios! Crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme”
Y si te escucho a Ti, entonces Tú vuelves a levantarme y se desvanece toda la fascinación del mundo. En lo secreto, me enseñas sabiduría, y me atraes al silencio para que pueda escucharte. Y luego vuelves a enviarme para anunciar el infinito amor del Padre.
¿Sabes, Espíritu Santo? En realidad no deseo otra cosa que escucharte a Ti. ¿Adónde iré, si Tú ya has venido a nosotros? Caminemos juntos, para que el mundo crea y Tu luz pueda alumbrar en muchos corazones y purificarlos. Entonces, Espíritu Santo, habrá llegado el Pentecostés del amor.