MEDITACIONES PARA LA CUARESMA: “La luz se oscurece”

En la meditación de ayer, al profundizar en el discernimiento de los espíritus, señalamos algunas derivas de la jerarquía eclesiástica que pueden afectar concretamente a la vida de los fieles. Pero es aún más trágico el hecho de que el rostro de la Iglesia se desfigure de tal manera que, en lugar de ser el faro del Evangelio para las naciones, se adapta al espíritu del mundo en muchos ámbitos.

Debemos cobrar conciencia una y otra vez de que la tarea más esencial de la Iglesia consiste en llevar a los hombres la salvación que el Padre Celestial les ofrece. En otras palabras, tal y como se ha entendido la evangelización hasta el día de hoy, se trata de la salvación de las almas. El hombre no es capaz de salvarse a sí mismo de su miseria, sino que necesita la gracia de Dios, que se le ofrece en Jesucristo. Una vez que abraza la fe, la Iglesia acompaña al creyente con todos los medios que Dios le ha confiado.

Aunque el Señor pueda encontrar la manera de salvar a una persona que, sin culpa, no ha encontrado el acceso a la verdadera Iglesia, esto no debe paralizar nuestro celo por llevar el Evangelio al mundo entero, conforme al encargo de Cristo.

Pero, ¿qué sucede cuando se infiltran falsas doctrinas en el anuncio, cuando se debilita la moral de la Iglesia, cuando se considera que todas las religiones son caminos hacia Dios, cuando las derivas de una Iglesia modernizada y adaptada al mundo se extienden?  La luz de la Iglesia se atenúa o incluso se apaga; la sal pierde su sabor…

¿Qué significa esto para las personas en el mundo? Quedan privadas del mensaje del Evangelio y se les ofrecen sustitutos. Los asuntos políticos pasan a primer plano y la Iglesia se asemeja cada vez más a una institución que aspira a metas intramundanas, en lugar de anunciar la salvación a los hombres. Se postula como una voz más del mundo, pero ya no es la voz de Cristo que orienta al mundo para que no se descarrile.

A la luz del discernimiento, hay que hacer una clara constatación: la modernización de la Iglesia tal y como la estamos viviendo actualmente es una traición al encargo de Cristo y a las personas en el mundo. No se puede cooperar con este espíritu sin disminuir o incluso echar a perder la belleza y la verdad de nuestra fe. Por desgracia, se pretende imponer la dirección equivocada del pontífice actual incluso en las diócesis y comunidades religiosas más pequeñas, de manera que algunos sacerdotes y fieles se están viendo en la necesidad de ir a la clandestinidad o, mejor dicho, al desierto para permanecer fieles a la fe católica tradicional. A quien quiera saber más sobre este tema, le recomiendo leer las publicaciones de mi blog (https://es.elijamission.net/blog/), especialmente la serie sobre «Las cinco heridas de la Iglesia», mencionada en la meditación de ayer.

En cuanto al discernimiento, queda por decir que la verdadera unidad solo puede alcanzarse sobre la base de la verdad. Quien se separa de la doctrina, abandona la unidad. Por tanto, sería falso tachar de «cismáticos» a aquellos que se aferran a la doctrina tradicional de la Iglesia, que no hacen otra cosa que lo que es preciso hacer en la crisis actual: permanecer fieles al Evangelio y a la auténtica enseñanza de la Iglesia.

Para concluir la meditación de hoy, escuchemos una vez más una cita de Dietrich von Hildebrand, cuyo corazón ardía por la Iglesia e insistía en la necesidad de la misión:

«El apostolado forma parte esencial de la Santa Iglesia; es decir, la conversión de cada alma en particular, que a los ojos de la Iglesia vale más que el destino de cualquier sociedad natural. El apostolado es una consecuencia necesaria tanto del amor a Dios como del verdadero amor al prójimo. El amor a Dios impulsa a la Iglesia, así como a cada verdadero cristiano, a atraer a todas las personas a la plena luz de la verdad, que es la doctrina de la Santa Iglesia. Cada cristiano debe anhelar que todos los hombres conozcan la Revelación de Cristo y den la respuesta de la fe; que toda rodilla se doble ante Jesucristo.

Y esto es también una exigencia del verdadero amor al prójimo: ¿Cómo puedo amar a alguien y no desear ardientemente que llegue a conocer a Jesucristo, el Hijo Unigénito de Dios y Epifanía de Dios, que sea atraído a su luz, que crea en Él y le ame, es más, que se sepa amado por Él? ¿Cómo puedo amar al prójimo y no desearle la mayor felicidad, el encuentro dichoso con Jesucristo, ya en esta vida? ¿Cómo puedo conformarme con pensar que, quizás, la infinita misericordia de Dios no le negará la bienaventuranza eterna a pesar de su incredulidad o creencia errónea?

En verdad, todos los actos de amor al prójimo son humo y espejos si me desintereso de que encuentre al verdadero Dios, de que llegue a ser miembro del Cuerpo místico de Cristo, si soy indiferente a este bien supremo para él».

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