MEDITACIONES PARA LA CUARESMA: “La armadura de Dios”  

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Recordemos el hilo central de nuestras meditaciones cuaresmales: queremos llegar a ser mejores discípulos del Señor.

A la luz del discernimiento de los espíritus (discretio), hemos analizado la crisis existencial de la Iglesia y señalado las graves aberraciones del mundo. En consecuencia, hemos constatado que, en esta «situación de emergencia», los fieles deben asumir de forma particular su responsabilidad en el seguimiento del Señor, sirviendo así a la Esposa de Cristo y a su misión. Esto nos lleva inevitablemente a un combate espiritual que no solo afecta a nuestro ámbito personal, sino que es nuestra contribución a la «guerra del Cordero», en la que estamos llamados a ocupar nuestro lugar en su ejército, bajo la guía del Espíritu Santo.

Para estar preparados para el combate, hemos empezado a estudiar la armadura espiritual que San Pablo nos presenta en la Carta a los Efesios. Ayer ya la mencionamos y vimos que los enemigos a los que nos enfrentamos son «los principados, las potestades, las dominaciones de este mundo de tinieblas, y los espíritus malignos» (Ef 6,12).

A continuación, el Apóstol vuelve a insistir en que nos revistamos con la armadura de Dios:

“Poneos la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día funesto; y, tras vencer en todo, permanezcáis firmes” (Ef 6,13).

Se trata, por tanto, de la resistencia espiritual contra los demonios en el Nombre de Jesús. Los fieles no están a merced de ellos, impotentes frente a lo que traman; sino que han de luchar en su contra. No podemos permitir que “los principados y las potestades” nos aparten de nuestro camino y de nuestra misión, sino que debemos permanecer firmes y seguir haciendo lo que nos corresponde hacer. De esta manera, nos volvemos más fuertes con cada lucha, mientras que los espíritus del mal se ven debilitados.

En el Evangelio vemos cómo los demonios tenían que retroceder ante Jesús, y sabemos que Él, después de su Resurrección, comunicó a sus discípulos el poder para expulsarlos (Mc 16, 17). Pero la lucha espiritual no se limita a la expulsión de estos espíritus de las personas atormentadas por ellos –con los signos palpables que suelen acompañarla–, sino que los demonios influyen de diversas maneras en los fieles. Su influjo resulta particularmente devastador a través de las falsas doctrinas. Por eso, el consejo que da San Pablo a continuación adquiere una importancia singular en vista de la desorientación eclesiástica:

“Manteneos firmes, ceñida vuestra cintura con la verdad” (Ef 6,14a).

Sólo cuando vivimos en la verdad, tanto a nivel doctrinal como personal, estamos ceñidos y prestos al combate.  Cuando prestamos oído a falsas doctrinas o cuando nuestra vida no está en sintonía con la Ley de Dios en el ámbito moral, ya no podemos librar el combate con la protección que nos ofrece la armadura espiritual. Dejamos puertas abiertas a través de las cuales puede infiltrarse el enemigo. Por tanto, urge que las cerremos, deshaciéndonos de ese error al que hemos dado cabida en nuestra mente, o volviendo al camino recto en el ámbito moral a través del arrepentimiento, el perdón y un cambio de vida.

Vemos, pues, que si queremos entrar en el combate espiritual, es indispensable estar ceñidos con la verdad. De lo contrario, la batalla está perdida antes siquiera de empezar.

Hace algún tiempo, describí para un grupo de fieles, decididos a luchar contra la influencia anticristiana en el mundo y en la Iglesia, los cuatro pilares sobre los que debemos cimentarnos para permanecer firmes en el combate. Mencionaré algunos aspectos sobre el primero de estos pilares, que consiste en la sana doctrina:

“En este combate espiritual, hemos de “ceñirnos la cintura con verdad” (cf. Ef 6,14). ¡Esta verdad es el Señor mismo! Por eso, hemos de permanecer fieles a su Palabra y a la auténtica doctrina de la Iglesia. Son éstas las que han de impregnar la realidad de los hombres. De la mano con la fidelidad a la verdad, hemos de vivir en la gracia de Dios y esforzarnos seriamente por corresponder plenamente a sus indicaciones. ¡Cualquier concepción, idea o especulación distinta, venga de quien venga, ha de ser rechazada con el “escudo de la fe” (cf. Ef 6,16)!”

También debemos tener en cuenta la actitud que debemos mostrar en el combate contra los espíritus del mal, no sea que caigamos en una trampa sutil. Puesto que se trata de un combate espiritual, debe ser librado con armas espirituales. No nos enfrentamos a un rival justo y honesto, que “se atiene a las reglas”; sino a uno que intentará aprovecharse de cada debilidad que encuentre en nosotros. Sin embargo, y precisamente por ello, nosotros debemos enfrentarnos a nuestro adversario con la actitud adecuada, y hemos de cuidarnos de no caer en la presunción de insultar o ridiculizar al Diablo. Si lo hiciéramos, nos pondríamos a su nivel.

A este respecto se nos da una importante indicación en la Carta de Judas, que nos muestra cómo San Miguel se enfrenta al demonio: “El arcángel Miguel, cuando -oponiéndose al diablo- disputaba sobre el cuerpo de Moisés, no se atrevió a pronunciar una sentencia injuriosa, sino que dijo: ‘¡Que el Señor te reprenda!’” (Jd 1,9).

Incluso en el enfrentamiento con el diablo mismo, no debemos olvidar que se trata de una criatura originariamente buena, que por desgracia pervirtió su propio ser. ¡Sus obras e intenciones son ahora abismalmente malvadas! ¡Son él y sus demonios quienes calumnian y se burlan! Por ello, es importante que nosotros no nos pongamos a este nivel de disputa.

Ciertamente no debemos amar al diablo ni sentir una falsa compasión de él; sino despreciar y rechazar todas sus obras. Pero esto debemos hacerlo siempre con la actitud del Arcángel San Miguel, quien exclama: “¡Que el Señor te reprenda!”.