ME SIENTO TRANQUILO

 

“Si un ejército acampa contra mí, mi corazón no tiembla; si me declaran la guerra, me siento tranquilo” (Sal 26,3).

Nuestro Padre no nos exonera del combate en que estamos inmersos los hombres mientras dure nuestra vida terrena. Pero, eso sí, nos cubre las espaldas. Nadie que quiera recorrer el camino de la santidad, al que todos estamos llamados, podrá sustraerse de este combate. Si lo evade, de antemano está perdida la batalla.

Por tanto, no debemos rendirnos en ninguna situación de la vida, sea la que fuere. Aunque suframos bajo nuestras debilidades y una y otra vez nos quedemos cortos en relación a lo que nos hemos propuesto, no debemos perder la confianza. Recordemos simplemente que nuestro Padre conoce una salida para cada situación.

Si nuestros pecados nos oprimen, Él nos conduce al Trono de su misericordia.
Si nuestras debilidades nos afligen, Él nos instruye en el camino de la humildad.
Si los miedos nos invaden, Él nos da aliento.
Si nos sentimos solos y abandonados, Él es nuestro consuelo.
Si un ejército enemigo nos ataca, Él fortalece nuestro corazón.
Si nos llama a atacar las fortalezas enemigas, Él pone en nuestras manos la honda de David para vencerlo.
Si emprendemos un mal camino, Él envía a su ángel para impedírnoslo.
Si nuestras fuerzas se agotan, Él nos carga sobre sus hombros.
Si no vemos salida, Él es la única salida.
Si sentimos que nuestro corazón está frío, Él nos ofrece el suyo.

¡No perdamos nunca la confianza! ¡Nuestro Padre está siempre ahí para salvarnos!