“ME COMPLAZCO EN ESTAR ENTRE VOSOTROS”

“¡Cuánto me complazco en estar entre vosotros, hora tras hora, día tras día!” (Palabra interior).

Las declaraciones de amor de nuestro Padre son incontables y conmueven el corazón.

Si nosotros, los hombres, interiorizásemos estas palabras, se nos abriría un maravilloso horizonte en nuestra vida. En efecto, ¡qué distinto es vivir con la certeza de ser hijos amados y buscados por Dios, a creer que tenemos que mendigar amor para sentirnos valiosos, como ocurre con bastante frecuencia! No, no es necesario luchar por este amor, sino que ya está ahí, desde siempre y para siempre. ¡Es indestructible! Sólo nosotros mismos podemos alejarnos del amor de Dios, pero sin que nuestro Padre deje de amarnos, porque “Dios es amor” (1Jn 4,8b).

Ya por la mañana este amor toca a nuestra puerta y quiere ser correspondido. Durante toda la noche nos ha acompañado y se alegra de salir a nuestro encuentro en cuanto despertamos. Por eso los judíos creyentes suelen rezar una oración como lo primero al despertar, antes de realizar cualquier otra actividad. ¿Por qué no saludar al Señor en el primer momento consciente de nuestro día y darle las gracias por la noche? ¡No lo olvidemos!

¿No es conmovedor saber que el Dios Santo –nuestro amoroso Padre– vela sobre nosotros y nos da la bienvenida cuando nos despertamos por la mañana? Esto es así, independientemente de nuestro estado de ánimo, de las pesadillas que podamos haber tenido, de los miedos o de cualquier otra circunstancia difícil que nos aflige. Precisamente cuando las circunstancias que acompañan nuestro despertar no parecen ser atrayentes, la promesa de nuestro Padre cuenta aún más. Así, podemos ofrecerle también nuestro mal humor, para que Él lo toque con su amor.

¡Todo está preparado! Sólo tenemos que acudir a Él, y no debemos perder ni un momento.