«No te fijes tanto en tus debilidades y limitaciones; sino en mí, que te he llamado y me aferro a ti, pase lo que pase» (Palabra interior).
En nuestro camino de seguimiento de Cristo, fácilmente caemos en la tentación de fijarnos demasiado en nuestras debilidades. Es el extremo opuesto del peligro de no reconocerlas en absoluto o de fijarnos solo en las faltas de los demás.
Sin duda, debemos ser conscientes de nuestras debilidades, pero sin dejarnos inquietar demasiado por ellas. Más bien, hemos de poner el enfoque en nuestro Padre Celestial. Lo mismo se aplica al trato con las demás personas. No debemos sorprendernos demasiado por sus debilidades, pero tampoco tratarlas con dureza. De hecho, solo tenemos que mirar la forma en que nuestro Padre nos trata a nosotros. Él es nuestro mejor Maestro y, en la frase de hoy, nos da la orientación correcta.
Al fin y al cabo, fue Él quien nos llamó y Él no se equivoca en su elección. Dios se aferra a nosotros aun cuando tambaleamos o nos sentimos abrumados por nuestras debilidades. Por eso es importante elevar la mirada a Él y no dejarnos hundir por nuestras debilidades. Es la experiencia que hacemos cuando acudimos al sacramento de la penitencia: una vez que hemos confesado nuestros pecados y recibido el perdón y, quizá, una palabra de aliento, podemos volver a levantarnos y seguir adelante. Lo mismo sucede con las debilidades que encontramos en el camino: debemos elevar la mirada a Dios, entablar un diálogo interior con Él y, habiendo sido fortalecidos por Él, seguir caminando.
Si escuchamos atentamente la frase de hoy, encontraremos una promesa increíblemente valiosa de nuestro Padre: pase lo que pase, Él se aferrará a nosotros. Con estas palabras, nos confiere la seguridad del amor y podemos seguir adelante llenos de confianza. ¡El Padre permanecerá fiel a nosotros!