“Mantened siempre vuestro corazón en el mío” (Palabra interior).
“Donde está tu tesoro allí estará tu corazón” (Mt 6,21) –nos dice el Señor en el evangelio. Nuestro corazón ha de pertenecerle en primer lugar al Padre. En Él tiene su hogar y jamás quedará defraudado.
En cambio, cuántas veces podemos quedar defraudados cuando apegamos nuestro corazón a las cosas pasajeras. Éstas nos dejan vacías y reducen nuestra capacidad de amar. En efecto, las cosas creadas no pueden responder a nuestro anhelo más profundo, que sólo en Dios encuentra su realización.
Aunque hayamos tomado la decisión básica de no anteponer nada a nuestro Padre y nos esforcemos sinceramente por cumplir a plenitud el primer mandamiento, a menudo nos vemos confrontados con nuestro corazón inconstante e indeciso.
Por eso es tan importante la palabra inicial de esta meditación que nos exhorta a mantener nuestro corazón siempre en Dios, sin permitir que divague por ahí. Esto nos exige velar sobre nuestro corazón. Aunque tengamos que movernos en el mundo y nos encontremos con muchas cosas que quieren captar nuestra atención, siempre es importante que no nos dejemos cautivar por ellas. Mantener el corazón en Dios significa permanecer conectados con el Padre en lo más íntimo de nuestro ser, haciendo todo lo que tengamos que hacer en unión con Él. ¡Esto es posible!
Para cumplir cada vez más esta exhortación, será una ayuda invaluable e indispensable tener una vida de oración regular, para que el corazón se habitúe al intercambio con Dios. Entonces podrá percibir cada vez más lo que le trae verdadera paz y lo que, por el contrario, lo dispersa y lo deja sin una profunda alegría. De esta manera, la atracción interior hacia el Padre crecerá aún más.
Nuestro Padre nos ofrece su corazón y nos atrae para que permanezcamos en su amor y mantengamos siempre nuestro corazón en el suyo. Y si el corazón se ha alejado, ha de retornar a Él con prontitud y arrepentimiento. Entonces el Padre nos acogerá, nos consolará, nos instruirá y nos guiará por el sendero del amor.