“No te dejes confundir y mantén tu corazón anclado en mí” (Palabra interior).
Jesús nos dice en el Evangelio: “En el mundo tendréis tribulación. Pero ¡ánimo!: yo he vencido al mundo” (Jn 16,33).
Nuestro Padre conoce bien las numerosas tribulaciones que pueden sobrevenirnos en el mundo, ya sean interiores o exteriores. Cuando emprendemos el camino de seguimiento del Señor, no es que nos volvamos invulnerables, como si nada podría ya afectarnos. Pero, eso sí, aprendemos con la ayuda de Dios a atravesar las tribulaciones y a vencerlas de tal manera que éstas ya no pueden ejercer su poder sobre nosotros hasta el punto de estar a su merced y dejarnos confundir.
Por eso es tan importante para nosotros aplicar concretamente las palabras que estamos meditando hoy, así como la frase del Señor en el Evangelio, cuando nos veamos amenazados por los acontecimientos a nuestro alrededor y los miedos interiores quieran dominarnos.
Debemos afrontar en la oración toda confusión que quiera obnubilarnos, ya sea a nivel de la mente o de los sentimientos. Podemos recurrir a nuestro Amigo divino y fiel: el Espíritu Santo, que el Padre y el Hijo nos han enviado. Él siempre está dispuesto a hacer brillar su luz en medio de nuestra aflicción personal. Si lo invocamos, Él nos conducirá de todo extravío y confusión de vuelta hacia la luz de la claridad, y podremos lidiar con la inquietud interior a través del reposo y la paz que Él nos otorga.
Si nuestro corazón está atribulado y los miedos nos atormentan, presentémoslo a nuestro Padre. En efecto, ya le hemos entregado nuestro corazón, y no debemos permitir que nada ni nadie lo aparte de Él. Así, hemos de alejarnos de todo aquello que quiere confundirnos y volvernos al Padre, que siempre nos mostrará una salida en la tribulación, ya sea que nos libere de ella o nos conceda la fuerza de atravesarla y crecer así en la confianza en Él.