Hch 13,46-49 (Lectura correspondiente a la memoria de los Santos Cirilo y Metodio)
En aquellos días, Pablo y Bernabé, con gran firmeza, dijeron a los judíos: “A vosotros debíamos anunciar en primer lugar la Palabra de Dios, pero ya que la rechazáis y no os consideráis dignos de la Vida eterna, nos dirigimos ahora a los paganos. Así nos ha ordenado el Señor: ‘Yo te he establecido para ser la luz de las naciones, para llevar la salvación hasta los confines de la tierra’.” Al oír esto, los paganos, llenos de alegría, alabaron la Palabra de Dios, y todos los que estaban destinados a la Vida eterna abrazaron la fe. Así la Palabra del Señor se iba extendiendo por toda la región.
En la Iglesia primitiva, así como también en tiempos posteriores, reinaba todavía la firme convicción de que el Evangelio debía ser llevado hasta los confines de la Tierra.
Los santos hermanos Cirilo y Metodio estuvieron totalmente entregados a este encargo y evangelizaron el mundo eslavo. A pesar de ciertas resistencias, surgió incluso una liturgia en lengua eslava. Por decisión del Papa de aquel entonces, se permitió que la liturgia fuese celebrada también en idiomas que no eran el latín, con lo que se evitó una cierta estrechez que podría darse en este sentido. Una relación equilibrada entre fidelidad a la Tradición y flexibilidad para escuchar la guía del Espíritu en cada tiempo… ¡Eso debería caracterizar a la Iglesia!
Hoy en día, parece que la dirección predominante que ha tomado la Iglesia se mueve hacia una visión bastante modernista. Pero, ¿cómo será posible renovar a la Iglesia adaptándola al espíritu del mundo? Si la Iglesia ya no es conducida por el Espíritu Santo y no se aferra firmemente a la verdad y a la misión que le fue confiada, entonces se convierte en un juguete del “espíritu del tiempo”; en una hoja llevada por el viento… Este “espíritu del tiempo” (Zeitgeist) no es, de ninguna manera, cristiano; sino que, en muchos aspectos, es evidentemente anticristiano.
Volvamos a las palabras de la Sagrada Escritura. Al comprenderlas mejor y al dejarnos moldear por ellas, se da una verdadera renovación, puesto que es la Palabra de Dios, y no reflexiones meramente humanas.
La lectura de hoy nos dice que, en términos de la historia de la salvación, se trata de llevar la “luz de las naciones” hasta los confines de la Tierra. Pero para ello hace falta la firme convicción de que para todos los hombres es imprescindible para la salvación el encuentro con Jesucristo, el Hijo de Dios. Ciertamente esto incluye el hecho de que a aquellas personas que no tuvieron la dicha de encontrarse verdaderamente con el Redentor estando en vida, Dios puede concederles la gracia de Jesús de otras formas, que sólo Él conoce. ¡Pero esto no ha de ser, de ninguna manera, un freno para la misión! En ese sentido, ha de ser rechazada toda especulación o consideración que obstaculice o debilite el impulso interior de la misión.
Ni en el Apóstol Pablo ni en los santos Cirilo y Metodio, quienes anunciaron el Evangelio de palabras y obras, podemos identificar una disminución de este dinamismo misionero…
¡Dios no ha cambiado el encargo que confió a su Iglesia (Mt 28,19-20)!
Ciertamente se pueden encontrar siempre caminos nuevos para anunciar el Evangelio, así como también aprender de errores o excesos del pasado y evitarlos… Pero si ya no estamos convencidos de que Jesús es el camino, la verdad y la vida para todas las personas (Jn 14,6), difícilmente será el Espíritu de Dios quien nos guía, siendo así que Él es quien nos recuerda todo lo que Jesús dijo e hizo (Jn 14,26), y también nos traería a la memoria aquellas palabras de San Pablo que hemos escuchado en la lectura de hoy.
Por tanto, volvamos a tomar en serio las palabras del Señor y también las declaraciones previas de la Iglesia sobre la misión, que siguen siendo válidas en este tiempo. ¡No nos dejemos adormecer y paralizar en nuestros esfuerzos por llevar el Evangelio a las personas, cada cual de acuerdo a la manera que le ha sido confiada!
El Evangelio ha de ser anunciado en palabras y obras, oportuna o inoportunamente (2Tim 4,2). Así como el anuncio del Evangelio adquiere credibilidad cuando está acompañado por las obras que corresponden a la fe y al amor, así también las obras requieren de la palabra del Evangelio, para que las personas sepan quién es el Autor de toda buena obra, y Dios sea alabado y glorificado (cf. Mt 5,16). ¡No nos dejemos confundir por el “espíritu del tiempo”, ni fuera ni dentro de la Iglesia!