Luego vi en el cielo otro signo grande y maravilloso: siete ángeles que llevaban siete plagas, las últimas, porque con ellas se consumaba el furor de Dios. Contemplé también una especie de mar de cristal mezclado con fuego, y vi a los que habían triunfado sobre la Bestia, sobre su imagen y sobre la cifra de su nombre. Estaban de pie junto al mar de cristal y llevaban las cítaras de Dios.
Y cantan el cántico de Moisés, siervo de Dios, y el cántico del Cordero: “Grandes y maravillosas son tus obras, Señor, Dios Todopoderoso; justos y verdaderos tus caminos, rey de los pueblos. ¿Quién no temerá y no dará gloria a tu nombre? Porque vendrán todas las naciones y se postrarán ante ti, porque tú solo eres santo y tus justas sentencias han quedado manifiestas.”
¡Sí existen los vencedores sobre la Bestia; sobre aquella potestad enemiga de Dios, que quiere enaltecerse por encima de todo y usurpar en el corazón de las personas el lugar que únicamente a Dios le pertenece! Estos vencedores no han adorado la imagen de la Bestia, a pesar de las coacciones. Ellos son los que se han mantenido fieles a Dios en medio de las grandes pruebas, y no se han inclinado ante Satanás ni sus secuaces. ¡Ellos son los vencedores, los mártires, los confesores, los fieles..!
El Apocalipsis no nos oculta la gran batalla en la que estamos involucrados los cristianos. Nos enfrentamos a todo tipo de tentaciones, y en este tiempo se hacen cada vez más globales. Pero allí donde las tinieblas intentan echar mano a los hijos de la luz, allí también actúa con poder la gracia de Dios. Estos que triunfaron sobre la Bestia, supieron resistir por la gracia de Dios; y no por sus propias fuerzas. Por eso es tan importante que, en el tiempo actual, pongamos toda nuestra confianza en la gracia del Señor. Ahí donde se desvanecen todas las seguridades exteriores, tanto en este mundo confuso como en la tambaleante barca de la Iglesia, estamos llamados a entonar el cántico de Moisés junto con los vencedores:
“Escuchad, cielos, y hablaré; oye, tierra, los dichos de mi boca; descienda como lluvia mi doctrina, destile como rocío mi palabra; como llovizna sobre la hierba, como sereno sobre el césped; voy a proclamar el nombre del Señor: dad gloria a nuestro Dios. Él es la Roca, sus obras son perfectas, sus caminos son justos, es un Dios fiel, sin maldad; es justo y recto.” (Dt 32,1-4)
La alabanza de Dios es un arma potente contra la tentación de la desesperanza, que fácilmente nos ataca cuando nos ocupamos demasiado con noticias preocupantes o cuando se acumulan sucesos negativos que enturbian el alma. Hay que verlo como una tentación; porque el Espíritu de Dios, en cambio, siempre nos mostrará una salida.
En esos momentos en que parece no haber salida, es precisamente cuando hemos de recordar a los vencedores, que dan testimonio de que Dios los condujo a través de todas las aflicciones. Cuando el alma está acongojada por muchas noticias negativas y la tristeza la infecta, nos vemos tentados a buscarle una salida a nivel natural. Y esto puede distraer, pero no vencer lo oscuro… En cambio, al acudir conscientemente al Señor, al recitar un salmo o un cántico, al invocar al Espíritu Santo, Dios puede volver a hacer resplandecer Su luz en el alma.
Escuchemos también el Cántico del Cordero, cantado por las “harpas de Dios” («Harpa Dei» en latín), porque es el Señor quien salva a los hombres y da fuerza a los vencedores.
En estos tiempos turbulentos, deberíamos acumular tesoros espirituales (cf. Mt 6,20); o, en otras palabras, aumentar nuestra reserva de aceite (cf. Mt 25,4). El Apocalipsis nos hace ver con insistencia que los tiempos de persecución incrementan. Quien no cierre sus oídos ni sus ojos, podrá constatar que ya está sucediendo así. Debemos estar conscientes de que no solamente habrá ataques a la fe cristiana desde fuera, los cuales serían relativamente fáciles de identificar. Pero más peligrosa aún es la relajación de nuestra fe y de la moral, que nos debilita por dentro y cuyo mensaje puede influir de diversas formas sobre nosotros, también de forma manipulativa.
Por eso, hace falta tener en nosotros una especie de “celda interior” para el encuentro con Dios; una celda a la cual podamos retirarnos sin prestar oído ni corazón a ningún mensaje hostil a Dios. En esta celda interior deberían encontrarse grabados algunos cánticos de alabanza, palabras de la Sagrada Escritura, diversas oraciones, a las que podamos recurrir en todo momento. Sería bueno que coleccionásemos todo esto en tiempos en que aún nos sean accesibles. Podrían venir otros tiempos en los que se ponga más difícil.
Pero todo esto no ha de suceder por miedo, sino con el espíritu de prudencia cristiana y con la confianza puesta en Dios. Entonces, ¡estaremos armados para vencer en el Señor!