“Como están los ojos de la esclava fijos en las manos de su señora, así están nuestros ojos en el Señor, Dios nuestro” (Sal 122,2).
¿Cómo podemos aprender a tener la mirada siempre fija en nuestro Padre?
Muchos santos y maestros de la vida espiritual, particularmente San Benito y Santa Teresa de Ávila, nos exhortan a vivir más conscientes de la presencia de Dios. Esto no nos resulta fácil, porque solemos distraernos con muchas cosas y a menudo tenemos que volvernos hacia Dios para cobrar consciencia de su amorosa presencia.
Aquí es donde viene en nuestra ayuda el verso del salmo de hoy: Una esclava procura cumplir con el mayor esmero posible la tarea que su señora le ha encomendado. Siempre está pendiente de si aquello que hace y la manera cómo lo hace agrada a su señora. Esto no es una actitud escrupulosa que a toda hora teme hacer algo mal, sino más bien la confirmación de que su servicio corresponde a las expectativas de su señora. Así, percibirá con mucha sensibilidad cualquier reacción suya. Al hacerlo, no está preocupada en primer lugar por sí misma, sino por complacer a su señora.
Las palabras del salmo nos recuerdan a la Virgen María y su maravillosa respuesta al anuncio del ángel: “He aquí la esclava del Señor. Hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38).
Podemos suponer que la Virgen María tenía sus ojos siempre fijos “en las manos” de nuestro Padre Celestial, con suma atención y gran amor. ¡Entremos en su escuela! Ella nos moldeará según la Voluntad de Dios y profundizará nuestro diálogo interior con el Señor. ¡Qué libertad obtendremos cuando ya no seamos esclavos de nuestras apetencias y de las seducciones de este mundo, sino que tengamos siempre la mirada puesta en la mano de nuestro Señor, que nos ama con amor infinito!