LO PRINCIPAL ES EL CAMINO RECTO

“Más vale cojear por el camino recto que desviarse de él con paso firme” (San Agustín).

No siempre nos sentimos llevados por «alas de águila» en el camino de seguimiento del Señor. Hay etapas en las que avanzamos con dificultad y que requieren mucha paciencia, sobre todo cuando se trata de cargar con una cruz. Nuestro Padre lo permite para que nunca olvidemos que toda gracia procede de Él. Si siempre avanzáramos a pasos agigantados y con gran agilidad, podríamos caer en la tentación de poner nuestros propios méritos en primer lugar y olvidar que es el Señor quien nos sostiene.

La humildad siempre es consciente de ello, pero nosotros no siempre vivimos en la humildad. Por eso se nos ofrece el auxilio divino para reconocer nuestras limitaciones y darnos cuenta de que sin el Señor nada podemos hacer (Jn 15, 5). Como es más fácil decirlo que interiorizarlo, nuestro Padre nos presenta ocasiones para convencernos más profundamente de nuestras limitaciones a través de diversas experiencias y circunstancias.

Entonces también comprenderemos mejor las palabras de San Agustín. Aunque estemos al límite de nuestras fuerzas y solo podamos avanzar cojeando, el camino recto sigue siendo incomparablemente más veraz que la senda de la destrucción recorrida con gran determinación y gozando de éxitos exteriores, quizá incluso ganándonos el reconocimiento del mundo. Es mejor ocupar el último lugar en el Reino de los Cielos que el primero en un mundo alejado de Dios.

Esto puede servirnos de consuelo e instrucción en aquellos momentos en que sentimos que avanzamos con dificultad, mientras otros parecen correr de éxito en éxito. Lo más importante es que no nos desviemos del camino recto y mantengamos nuestro enfoque en el Señor. Él mismo cayó tres veces bajo la cruz y se volvió a levantar.

No lo olvidemos: Dios nos conducirá a la meta si confiamos en Él, ya sea que caminemos con agilidad o cojeando. ¡Lo principal es el camino recto!