“No hay nada más grande que cuando el hombre vuelve a Dios y experimenta y acoge su amor” (Palabra interior).
Aún está pendiente el gran retorno de los hombres a la casa del Padre Celestial. Por tanto, la humanidad no ha alcanzado todavía su meta. La Voluntad del Padre aún no se cumple en la tierra como en el cielo, tal como Él lo desea. Muchas personas ni siquiera saben que hay un Creador, y menos aún que este Creador es su amoroso Padre, que no tiene mayor deseo que el de que su hijo retorne a Él.
Así dice el Padre en el Mensaje a la Madre Eugenia:
“¡Mirad cuántas criaturas mías, que se habían convertido en hijos míos por el misterio de la Redención, no se encuentran ya en las praderas que yo he establecido para todos los hombres a través de mi Hijo! ¡Mirad cuántos otros –y vosotros lo sabéis bien– siguen ignorando la existencia de estos prados! ¡Y cuántas otras criaturas surgidas de mis manos no conocen ni siquiera la mano que las ha creado! Vosotros no las conocéis, pero yo las conozco a todas. ¡Oh, cuánto quisiera darme a conocer como el Padre Todopoderoso que soy para todos vosotros!”
Ésta es la forma en que el Padre mira a sus hijos que están en peligro de perderse, pero su mirada se posa también sobre nosotros, que tenemos la gracia de conocerle. Es como si quisiera decirnos: “¿Al menos vosotros podéis comprenderme un poco?” Tal vez nos diría: “Seguro que también vosotros tenéis personas a las que amáis de forma especial. ¿Cómo os sentiríais si las vierais desfallecer de hambre y de sed en este mundo, privadas del alimento para su espíritu y languideciendo en las tinieblas de la ignorancia? ¿Acaso no sufriríais y lucharíais por ellas? Mirad, yo amo así a cada uno de los hombres y aún más, porque fui yo quien los llamé a la vida y ahora veo que pasan de largo ante mí y, en consecuencia, ante la verdadera vida.”
Pero no sólo duele ver el sufrimiento de Dios, sino también la miseria de la persona que no lo conoce. Por eso no hay mayor alegría en el cielo que cuando un pecador se convierte y vuelve a casa (Lc 15,7). Si nosotros tenemos la gracia de contribuir en ello, podemos tener parte en lo más grande que puede sucederle a una persona y en lo que más alegría desata en el cielo.