LLAMAMIENTO A LA CONTEMPLACIÓN

“Sé primero un orante y después un orador” (San Agustín).

Es un regalo de nuestro Padre el poder enriquecernos con la sabiduría que Él ha conferido a los suyos. Cada santo es un testimonio vivo y único del amor de Dios manifestado en él. A San Agustín, Dios le concedió una riqueza de conocimientos y una gran sabiduría, que él nos legó en sus numerosos escritos.

Así, pues, la sencilla frase que hemos escogido hoy tiene una gran importancia. Concuerda con las palabras de la Sagrada Escritura: “Que cada uno sea diligente para escuchar, lento para hablar” (St 1,19).

Y con justa razón solemos decir: “Piensa antes de hablar”.

Pero la frase de San Agustín va más allá, pues también el entendimiento del hombre sigue estando sometido a sus limitaciones y fácilmente puede errar. En cambio, cuando oramos de verdad, examinamos nuestras palabras a la luz de Dios y asumimos así una gran responsabilidad por nuestro hablar.

Sin embargo, no se trata sólo de examinar afirmaciones concretas, sino que San Agustín nos invita a que todo lo que salga de nosotros esté marcado por una relación íntima con el Señor. Así, no sólo refrenamos nuestro afán de hablar, a menudo desordenado y que fácilmente nos lleva a la periferia; sino que nos enraizamos en el Señor a través de la oración. De este modo, permitimos que Él ilumine cada vez más nuestro pensar y ordene y refrene en su Espíritu nuestras emociones. Esto cuenta especialmente cuando nos sentimos atacados, para no reaccionar inmediatamente de forma airada, sino que primero lo llevemos todo ante el Señor.

En el fondo, la frase de San Agustín es un llamamiento a la contemplación. Primero debemos ser personas orantes que están atentas a Dios y buscan entender cada vez mejor su voz. A partir de ahí, formados por su Espíritu, podremos pronunciar palabras verdaderas que reconfortan y edifican.