HUMILDAD TRIUNFANTE

“Pecado conectado con humildad es mejor que virtud sin humildad” (San Agustín).

A primera vista, podría parecer una afirmación osada del gran San Agustín. Sin embargo, la comprenderemos mejor al analizarla más detenidamente.

Sin duda, el santo tenía en vista también a aquellas personas que luchan una y otra vez por permanecer en el camino recto, pero sucumben a las tentaciones. Entonces piden perdón al Señor, se humillan ante Él e intentan volver a empezar, sin rendirse en la lucha. Sus “derrotas” les recuerdan dos cosas: 1) la misericordia de nuestro Padre Celestial, siempre presta a perdonar, que despierta su gratitud; 2) su propia debilidad, que puede llevarlos a la humildad.

Mientras que nuestro Padre puede acudir fácilmente en ayuda de un pecador, es mucho más difícil hacerlo con quien se gloría de su propia virtud o al menos se enorgullece interiormente de ella. ¡Mucho más difícil! Supongamos, por ejemplo, que una persona empieza a jactarse de la virtud de la valentía o la prudencia y quiera transmitir a los demás una imagen de sí mismo en base a estas virtudes. Entonces se forma a su alrededor una especie de nube con un malsano egocentrismo, que dificulta que el Señor llegue a su corazón. Entonces nuestro Padre tiene que empezar por intentar que la persona supere su soberbia, cosa que no es fácil cuando viene de la mano con un don del Señor que es bueno en sí mismo.

Desde esta perspectiva, se vuelve comprensible la afirmación de San Agustín, porque no hay nada que se cierre más a Dios que la soberbia, mientras que la humildad percibe mucho más fácilmente la amorosa compasión de Dios y las limitaciones de la propia persona.