«Escucha atentamente el Corazón de Dios. Eso es más importante que leer muchas cosas» (Palabra interior).
Nunca se pierde tiempo al escuchar atentamente al Corazón de nuestro Padre. En cambio, perdemos mucho tiempo cuando no aprovechamos su invitación y dejamos pasar esos momentos. A menudo estamos tan inmersos en nuestras tareas y tan habituados a ellas, que ni siquiera percibimos realmente los valiosos momentos de silencio en nuestra vida. Sin embargo, son precisamente esos momentos los que más nos marcan y nos convierten en personas interiores.
Cuando santa Juana de Arco estaba siendo interrogada por numerosos teólogos y clérigos en aquel vergonzoso proceso que terminó condenándola como bruja y hereje, les dijo que ella leía en un libro que ellos no conocían.
Ciertamente se refería al Corazón de nuestro Padre, que ella escuchaba atentamente, de manera que, siendo iletrada, sorprendió con sus buenas respuestas a aquellos que, aun siendo muy cultos, no podían entender las cosas divinas como ella.
Quizá podamos entender la frase de hoy recurriendo a una comparación que utilizan los maestros de la vida espiritual para mostrarnos la diferencia entre la oración meditativa y la contemplativa: la meditación, así como también la oración vocal, que dependen de nuestra voluntad, es como remar con esfuerzo una barca. La contemplación, en la que el Espíritu del Señor asume la guía, es como un velero que avanza impulsado por el viento.
En ese sentido, la escucha atenta del corazón de Dios debe tener prioridad sobre las diversas lecturas. En el primer caso, la barca de nuestra alma avanza movida por el Espíritu Santo; mientras que en el segundo caso es más bien nuestro entendimiento el que la empuja. No desaprovechemos las ocasiones de escuchar atentamente y en silencio lo que el Corazón de Dios tiene que decirnos.