“LAS VIRTUDES MORALES”

 

«No se debe creer que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo puedan penetrar en una persona que no practica la virtud» (Juan Taulero).

Se denomina “virtudes morales” a aquellas que ordenan nuestra conducta de tal manera que sea agradable a Dios. Todas las virtudes cristianas son de este tipo. Las virtudes morales se distinguen de las teologales principalmente en que el objeto inmediato de las primeras no es Dios mismo, sino nuestro comportamiento moral y el cumplimiento de los deberes que la Ley Divina nos impone, ya sea que éstos se refieran directamente a Dios, al prójimo o a nosotros mismos. Se habla de virtudes cristianas adquiridas cuando esa capacidad sobrenatural de hacer el bien se ha convertido en un buen hábito, de modo que la practicamos con cierta facilidad.

Esto significa que, en el santo bautismo, nuestro Padre Celestial nos ha infundido la capacidad de adquirir virtudes de forma permanente a través de la práctica. Si aceptamos esta invitación, cumplimos lo que Dios ha dispuesto y espera de nosotros. Nuestra vida se vuelve más radiante y estable. Nos alejamos de los vicios que oscurecen nuestro ser y, en su lugar, se va formando una vida de buenos modales, que es prudente, justa, templada, casta, humilde, paciente, valiente, etc. Se convierte en una vida totalmente conforme a la voluntad de nuestro Padre. Nuestra lucha por las virtudes se refuerza entonces con el despliegue de los dones del Espíritu Santo, que vienen a completar nuestros esfuerzos.

Con este trasfondo, resulta fácil comprender que solo cuando seguimos la invitación divina de aspirar con todas nuestras fuerzas a las virtudes, el Señor podrá derramar en abundancia su Espíritu en nosotros y hacernos partícipes de la gloria de la vida divina.