Me han arrancado la paz, y ni me acuerdo de la dicha; me digo: “Se me acabaron las fuerzas y mi esperanza en el Señor.” Fíjate en mi aflicción y en mi amargura, en la hiel que me envenena; no hago más que pensar en ello y estoy abatido. Pero hay algo que traigo a la memoria y me da esperanza: que la misericordia del Señor no termina y no se acaba su compasión: antes bien, se renuevan cada mañana: ¡qué grande es tu fidelidad! El Señor es mi lote, me digo, y espero en él. El Señor es bueno para los que en él esperan y lo buscan; es bueno esperar en silencio la salvación del Señor.
Esta es una de las lecturas que ha escogido la Iglesia para el día en que conmemoramos a los fieles difuntos. ¿Será que con este texto de las lamentaciones se quiere describir el estado en que se encuentran aquellas almas que aún esperan su regreso definitivo a casa, a la presencia de Dios? En todo caso, el texto nos hace pensar en un creyente que está pasando por una angustia interior y cuya alma está inquieta.
Sabemos, por fe, que aquellos que en vida no respondieron lo suficiente al amor de Dios, tendrán que ser purificados aún después de su muerte. Es decir que todo lo que hicieron en sus vidas, cuando prefirieron otras cosas a Dios, les impidió que el amor divino los llenara hasta el punto de que suceda aquella purificación que Él obra en las almas… La unificación con Dios en la eternidad es total, y no puede resistir en nosotros nada que nos separe del amor a Él.
En el momento de la muerte, el alma se ve a sí misma con los ojos de Dios. Ella percibe dolida el estado en que se encuentra. Se podría decir que, entonces, ella está voluntariamente dispuesta a someterse a las purificaciones que sean necesarias, porque sabe que aún no puede responder adecuadamente al amor de Dios.
Pero al gran dolor se suma la esperanza, pues sabe que no está condenada y que no tendrá que vivir para siempre excluida del amor de Dios.
En el texto de las Lamentaciones que hemos escuchado, podemos descubrir ambos estados del alma: tanto la aflicción como la esperanza. Cuando el alma se aparta de Dios –lo cual reconoce con toda claridad y profundo arrepentimiento después de la muerte– se encuentran en ella elementos como falta de paz, inquietud, desdicha, pérdida de confianza… Todo esto oscurece al alma y la hace sentir como desamparada y privada de hogar. Por supuesto que este estado se lo puede encontrar también en un alma antes de la muerte. La diferencia es que un alma del purgatorio está plenamente consciente de ello, mientras que, cuando una persona en vida se da cuenta de este estado, frecuentemente no lo pone en relación con el alejamiento de Dios, por lo que tampoco sabe encontrar el remedio adecuado.
Cuando uno atraviese por un estado de oscuridad, no debería centrar su atención en esa especie de “abismo” en que se encuentra; ni persistir en esa melancolía. “No hago más que pensar en ello y estoy abatido” –nos dice la lectura de hoy, y nos da a todos un consejo enormemente valioso: ¡No podremos resolver los problemas si nos enterramos en ellos! Por el contrario, dirijámonos al Señor y esperemos en Él, cada mañana de nuevo.
Esto cuenta particularmente para las almas en el purgatorio, porque ellas ya no pueden hacer nada para sí mismas. ¡Lo que sí pueden hacer es orar por otras personas! Las almas del purgatorio necesitan ayuda: en primera instancia, dependen de la misericordia del Señor; pero también del auxilio de la Iglesia. Nuestras oraciones y actos de amor pueden acortar el tiempo de purificación de los difuntos, porque estamos unidos en comunión de amor en una sola Iglesia. Ellos forman parte de la “Iglesia purgante”; y nosotros, como “Iglesia militante”, podemos orar diariamente por los difuntos, por ejemplo, en el rezo del Angelus o en el Santo Rosario. ¡Esto es una gran obra de misericordia espiritual!
Durante el mes de noviembre, se recomienda particularmente la oración por las almas del purgatorio. Existen algunas revelaciones privadas que sugieren de forma especial el Avemaría, prometiendo que, a través de nuestra oración, muchas almas serán ayudadas. No deberíamos perder esta oportunidad, porque las almas en estado de purificación realmente sufren por no poder estar aún totalmente unidas al Señor, y estarán muy agradecidas por nuestra ayuda.