LAS AGUAS FRESCAS DE SU GRACIA

“En verdes praderas me hace reposar; me conduce hacia fuentes tranquilas” (Sal 23,2).

Día tras día, el Padre Celestial nos alimenta con su santa Palabra; día tras día nos invita a la mesa de su gracia; día tras día vela sobre nuestra vida; día tras día habla a nuestro corazón; día tras día su Espíritu Santo nos recuerda todo lo que Jesús dijo e hizo (Jn 14,26); día tras día nuestra alma puede pastar en las verdes praderas de Dios y quedar saciada.

Ya en esta vida –aun siendo todavía tan imperfecta– nuestro Padre nos mima con su amor, alimentando nuestra alma –que todavía peregrina hacia la plena unificación con Dios– con todo aquello que Él, en su bondad, ha dispuesto para ella.

Nuestro Padre nunca deja de ofrecernos las fuentes tranquilas de su gracia. Si nuestra alma está abierta a ellas, podrá purificarse y fortalecerse una y otra vez en este torrente de gracia.

En el Mensaje a la Madre Eugenia Ravasio, el Padre habla de sí mismo como el “Océano de amor” y quiere darnos a conocer la fuente que mana de su pecho para apagar nuestra sed. En este “Océano de amor” el alma puede sumergirse una y otra vez con todos sus pecados e imperfecciones, para ser lavada de su amargura.

¡Qué fuente de gracia tan inconmensurable es la santa confesión, en la que recibimos el perdón de Cristo! El alma, purificada y reconfortada por la misericordia de Dios, retomará con nuevas fuerzas el camino en pos del Señor.

Si nos dejamos guiar por el Espíritu Santo, experimentaremos siempre y por doquier que estas palabras del salmo se hacen realidad, aun en los momentos más difíciles de nuestra vida. Puesto que el amor del Padre jamás se agota y su Corazón está siempre abierto para nosotros, el alma puede hallar paz y serenidad, saciándose de la bondad del Señor.