La virtud de la prudencia (Parte II)

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“Sed prudentes como serpientes y mansos como palomas” (Mt 10,16)

Habíamos hablado ayer sobre la virtud de la prudencia, como don dado por Dios, que nosotros, por nuestra parte, debemos cultivar, para tomar las decisiones correctas y aplicarlas sensatamente y con los medios apropiados.

Puesto que la prudencia se orienta siempre al bien, no se la puede confundir con la picardía o con una cierta viveza. Ciertamente ésta es una de las razones por las que el Señor menciona la prudencia de la serpiente -en ciertas traducciones dice “astucia”- relacionada con la mansedumbre de la paloma. La picardía no se cuestiona qué es lo objetivamente bueno ni busca el valor de las cosas, sino que simplemente intenta sacar provecho de todas las circunstancias para sí mismo. Esta viveza fácilmente viene acompañada con falsedad y engaño, con trampas, falta de honestidad, y otras malas costumbres, que no tienen nada que ver con la virtud de la prudencia.

Al poner como ejemplo a la paloma, Jesús se referirá a la pureza de intención. De hecho, si la intención es pura, se escogerán también prudentemente los medios apropiados que corresponden a esta pureza, y no se optará por medios deshonestos, aunque con ellos se pretenda alcanzar un fin aparentemente bueno y legítimo. Es totalmente erróneo decir que “el fin justifica los medios”, y con la falsedad de esta frase se pretende legitimar y excusar lo que es inexcusable.

Conviene que mencionemos específicamente la “prudencia cristiana”, que nos llama a optar por lo que dé más gloria a Dios, y a aprovechar todas las circunstancias en el camino de seguimiento para poder crecer en el amor. Esta prudencia le da una orientación elemental a nuestra vida: ¿Cómo podemos utilizar el tiempo presente, las circunstancias presentes, para hacer el bien, para agradarle a Dios, para que florezca la fe, la esperanza y el amor en nosotros?

Con esta orientación, la virtud de la prudencia alcanza todo su esplendor y le da la mayor fecundidad posible a nuestro camino. Así, empezamos a vivir en el “Kairós”, en el “ahora”. Cada día, cada situación se convierte en una oportunidad que puede ser aprovechada para la eternidad y para acumular tesoros en el cielo.

Aquí no sólo vivimos en amistad con Dios, sino que además nos ganamos amigos en el cielo. Pensemos, por ejemplo, en lo que sucede cuando oramos por los difuntos. ¡Cuán agradecidos estarán ellos con nosotros, si los hemos tenido presentes ante Dios y hemos podido aliviar sus penas en el tiempo de purificación en que se encuentran! Pensemos también en las incontables oportunidades que se presentan para servirle a Dios.

Al aplicar la prudencia cristiana, sabremos identificar cada vez mejor estas posibilidades, y también crecerá el fervor por el bien. Porque cuando el amor nos anima y lo ponemos en práctica, éste se hace cada vez más fuerte, del mismo modo como puede enfriarse cuando no seguimos sus impulsos y nuestra vida se hunde en la indiferencia.

En este contexto, vale mencionar la cercanía que existe entre la virtud de la prudencia y el don de consejo. Porque, aun si aplicamos cuidadosamente todos los consejos para obtener la prudencia, queda la incertidumbre de nuestra naturaleza humana caída, que puede errar y corre el riesgo de no discernir correctamente las cosas. Por eso, Dios nos concede el maravilloso don de consejo, uno de los dones que vienen directamente del Espíritu Santo, para llevar a plenitud la prudencia. Mientras que la virtud de la prudencia podemos adquirirla, el don de consejo es de origen divino, y sólo Dios puede concedérnoslo, para que aprendamos a mirar y a pensar al modo Suyo.

Terminando la meditación de este día, quisiera dedicar algunas palabras a una cuestión que para mí tiene particular importancia.

Hoy, 11 de febrero, día en que la Iglesia celebra la aparición de la Santísima Virgen en Lourdes, mis pensamientos se dirigen al monasterio “Frauenberg”, al sur de Alemania. Es la casa madre de la Comunidad Agnus Dei. Un 11 de febrero, en el año 1985, iniciamos allí la Adoración Perpetua, en la cripta del monasterio. Desde hace 34 años hemos podido servir de esta forma, turnándonos día y noche ante el Santísimo, y a partir de ahí ha surgido todo apostolado y su fecundidad. ¡Es el Señor mismo quien da buen resultado a Su obra! Por eso, mi gratitud se dirige al Señor, por habernos invitado a esta misión y por guiarla tan sabiamente. Aunque hayamos pasado por ciertas crisis, la Adoración se mantuvo siempre en pie. Por eso mi gratitud va, en segundo lugar, a los hermanos y hermanas de la Comunidad, que la han llevado adelante, aun siendo a veces muy pocos.

En ese entonces, cuando iniciamos la adoración, seguimos un fuerte impulso del Espíritu Santo, y con Él nos pusimos en camino para realizarla día y noche, a partir de 1985. El Señor ha sido nuestro apoyo, porque, humanamente hablando, éramos y seguimos siendo muy pocos. ¡Pero Él lo hizo posible!

Entonces, la virtud de la prudencia cristiana, de la mano con el don de consejo, van mucho más allá de una prudencia meramente humana.

Y allí, en la adoración, están puestas ante el Señor las intenciones de todos los que nos escuchan a diario.