LA VIDA ETERNA 

“Ésta es la voluntad de mi Padre: que quien vea al Hijo y crea en él tenga vida eterna” (Jn 6,40).

Ésta es la maravillosa y santa Voluntad de nuestro Padre: conceder a todos los hombres la vida eterna y conducirlos así a su Reino celestial. Todos sus esfuerzos tienen esta meta: que cada persona –aunque sea en su último suspiro antes de morir– se convierta sinceramente a su Padre Celestial e invoque su Nombre.

En realidad, Dios nos lo pone muy fácil para que lo amemos, y no duda en venir en medio de nosotros en su Hijo, para que alcancemos en Él la salvación.

Y, sin embargo, ¡cuántas personas aún no conocen a Dios o tienen una imagen falsa o imperfecta de Él! Todavía no saben cuán amadas son y siguen buscando por doquier ese amor, que ninguna persona, por buena que sea, puede darles. Aún no conocen lo que nuestro Padre les tiene preparado, aunque en lo más profundo de su alma deben tener una intuición de que esta vida terrena no puede ser lo único…

La vida eterna en comunión con Dios y todos los ángeles y santos está llena de dicha, y para esta vida hemos sido creados. San Pablo afirma que aquí, en la tierra, vemos a Dios “como a través de un espejo, de forma borrosa; pero entonces veremos cara a cara” (1Cor 13,12).

¿Realmente es posible que las personas pasen de largo ante su verdadera felicidad, algunas de ellas incluso de forma definitiva y para siempre?

Una vez escuché en mi corazón la voz de una santa a la que quiero mucho. Entendí las siguientes palabras: “Si supieras cómo es la vida aquí con nosotros, no querrías vivir ni un instante más en la tierra”. ¡Yo le creo! Pero, mientras el Señor me deje aún en la tierra, quiero anunciar a todos los hombres cuán bueno es nuestro Padre Celestial y cuán maravillosos son los deleites que tiene preparados para sus hijos en la eternidad.

Si tan sólo creyesen en nuestro Señor Jesucristo, habrían hallado el camino, la verdad y la vida (Jn 14,6).