“Si el Hijo os da la libertad, seréis realmente libres” (Jn 8,36).
Sólo Dios puede darnos la verdadera libertad, pues ésta consiste en vivir en su Voluntad, correspondiendo así al amoroso plan con que Él nos creó. Muchas veces las personas creen que la libertad consiste en hacer lo que a uno le plazca, y así caen en muchas dependencias. Pero no, la verdadera libertad consiste en hacer lo correcto, vivir en la verdad y adherirse a ella de todo corazón. Esto es lo que Dios, en su amor, nos ofrece, al mismo tiempo que nos da la gracia para ponerlo en práctica.
El Padre nos lo da a entender en estas palabras del Mensaje a la Madre Eugenia:
“Debéis confiar en Mí como hijos, pues sin esta confianza jamás obtendréis verdadera libertad. (…) Yo he venido (…) para haceros gustar la verdadera libertad, de la cual procede la verdadera felicidad.”
Es la confianza en Dios, la íntima y amorosa unión con nuestro Padre, lo que nos enseña a amar sus caminos. En esta confianza de amor todo se transforma y descubrimos el sentido más profundo de nuestra existencia. Entendemos así que somos hijos del amor de Dios (cf. 1Jn 3,1-2), y en este mismo amor queremos hacer todo para corresponderle. Esto nos hace verdaderamente libres, y de aquí resulta también la verdadera felicidad; es decir, un estado de constante alegría, sin que nada pueda perturbarla. Aunque tengamos que esperar hasta la eternidad para que este estado alcance su plenitud, ya en este mundo inicia la vida en la libertad de los hijos de Dios, que se saben amados por su Padre Celestial, que corresponden a su amor y le sirven con alegría.