LA VERDADERA LÁMPARA

 

“Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero” (Sal 118,105).

Nuestro Padre nunca nos deja sin orientación. A veces puede parecer que el Señor no escucha nuestras oraciones y plegarias. Pero, si reflexionamos más a profundidad, constataremos que, efectivamente, Dios ya pronunció su palabra sobre nuestra situación personal e incluso sobre la realidad de este mundo. Sólo tenemos que descubrirla y entonces se nos abrirán los ojos y podremos continuar nuestro camino. La Palabra de Dios es veraz, y nunca nos extraviaremos si Ella habita en nosotros y se ha convertido en lámpara para nuestros pasos.

Con la venida de Jesús al mundo, la Palabra se hizo carne (cf. Jn 1,14).

No puede haber una mayor concretización de la Palabra aquí en la tierra. Al encontrarnos con Jesús, nos encontramos con la luz del mundo (Jn 8,12); y Él, a quien el Padre nos envió en su amor, se convierte en el criterio de todo lo que hacemos, pensamos y decimos.

“Éste es mi Hijo amado, en quien me complazco; escuchadle” –dice la voz del Padre a los discípulos en el Monte Tabor. Y el apóstol San Pedro atestigua: “Esta voz venida del cielo la oímos nosotros estando con él en el monte santo. Y tenemos así mejor confirmada la palabra de los profetas, a la que hacéis bien en prestar atención como a una lámpara que alumbra en la oscuridad, hasta que alboree el día y el lucero de la mañana amanezca en vuestros corazones” (2Pe 1,17-19).

Agreguemos las palabras que la Virgen María dirigió a los sirvientes en Caná y que extiende a todos aquellos que quieren seguir al Señor: “Haced lo que Él os diga” (Jn 2,5).

¿Puede acaso nuestro amado Padre darnos un mayor regalo que el de venir Él mismo a nosotros en la Persona de su Hijo? Cuando recibimos al Hijo, se hacen realidad las palabras que Él dijo a sus discípulos:“Vosotros sois la luz del mundo (…). Alumbre así vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre, que está en los cielos” (Mt 5,14.16).