LA VERDAD HABITA EN EL INTERIOR DEL HOMBRE



“No salgas fuera; vuelve en ti: en el interior del hombre habita la verdad” (San Agustín).

¡Cuántas veces buscamos fuera, en el mundo, en los acontecimientos, en los medios de comunicación, en los encuentros y en otras personas aquello que en realidad solo podemos encontrar en nuestro interior! A menudo olvidamos que, si vivimos en estado de gracia, la mismísima Trinidad ha puesto su morada en nuestra alma y ha erigido en ella su templo de verdad. A este templo interior podemos retirarnos en todo momento y dialogar íntimamente con Dios en nuestro interior.

Nuestros sentidos nos empujan hacia afuera. Se distraen y se dispersan con facilidad. A menudo valoramos como especialmente importantes la intensidad de nuestras impresiones y las emociones que estas producen, cuando en realidad pasan muy deprisa.

Distinta fue la experiencia del profeta Elías, cuando Dios le dijo que saliera de su cueva a su encuentro:

«Hubo un huracán tan violento que hendía las montañas y quebrantaba las rocas ante el Señor; pero no estaba el Señor en el huracán. Después del huracán, un temblor de tierra; pero no estaba el Señor en el temblor. Después del temblor, fuego, pero no estaba el Señor en el fuego. Después del fuego, el susurro de una brisa suave. Al oírlo Elías, cubrió su rostro con el manto, salió y se puso a la entrada de la cueva» (1Re 19,11-13).

El susurro de esta suave brisa lo encontramos en la presencia del Espíritu Santo cuando nos adentramos en nuestro interior. Entonces podemos dejar atrás el desasosiego y las múltiples distracciones. Así nos convertiremos en personas más espirituales y nuestro Padre podrá encontrarse cada vez más frecuentemente con nosotros en nuestro corazón y esparcir su luz en nuestra alma.

«Mantengo mi alma en paz y silencio. Como un niño en brazos de su madre está mi alma en mí» (Sal 130,2).