“¡El tiempo apremia! Desearía que los hombres sepan cuanto antes que los amo y que mi mayor felicidad consiste en estar y hablar con ellos, como un Padre con sus hijos” (Mensaje del Padre a Sor Eugenia Ravasio).
Ésta es la urgencia del amor que brota del corazón de nuestro Padre Celestial; una urgencia en muchos aspectos. El amor busca ser correspondido para que pueda desplegar su fecundidad; busca salvar al hombre para que no se condene. Su urgencia también se deriva del hecho de que el tiempo del hombre en la tierra no es ilimitado.
Nuestro Padre quiere vivir con sus hijos en aquella relación que Él dispuso desde siempre para ellos y a la que ha querido reconducirlos una y otra vez, desde el momento en que el hombre perdió su belleza originaria y la familiaridad con Él a causa de la caída en el pecado. Evidentemente esta relación aún no ha sido suficientemente reestablecida, pues de lo contrario la vida humana en el mundo marcharía de otra manera.
Imaginemos por un momento cómo sería si todos los hombres en la tierra entendieran que son hijos amados del Padre y actuaran como tales. Podemos hacernos una idea, y muchas promesas de la Sagrada Escritura nos permiten visualizar tal condición.
Esto es nada más y nada menos que lo que el Padre quiere para nosotros, y lo antes posible, porque el tiempo apremia. ¿Podría Dios quedarse de brazos cruzados mientras ve cómo el hombre se aleja cada vez más de Él e incluso se precipita al abismo para compartir el destino de los demonios por toda la eternidad?
¡No! Nuestro Padre hará todo con tal de dar a entender su amor a los hombres y mostrarse a ellos como un Padre bondadoso, que quiere traer a sus hijos de vuelta a casa y morar en ellos.
El tiempo apremia, porque con cada día en que se cumpla este deseo del Padre llegará más luz y amor a la humanidad. ¡Y cuán importante sería esto en estos tiempos de oscuridad!
El tiempo apremia…