LA TRANSFORMACIÓN DEL SUFRIMIENTO 

“El sufrimiento, considerado en sí mismo, es algo terrible. Pero cuando lo miramos en la Voluntad de Dios, se convierte en amor y dulzura” (San Francisco de Sales).

Aceptar el sufrimiento como venido de las manos de nuestro Padre es una de las lecciones más difíciles que hemos de aprender en nuestro camino de seguimiento de Cristo. No es de extrañar que sea así, puesto que el sufrimiento y la muerte son consecuencias del pecado original y de la pérdida del Paraíso. Sigue resultándonos ajeno y, contemplado en sí mismo, el sufrimiento es algo terrible, como nos dice nuestro actual compañero de camino, San Francisco de Sales.

Pero hay una manera de transformar desde dentro esta difícil situación. Para ello, es necesario dar un gran paso de confianza hacia nuestro Padre, porque inicialmente todo nuestro ser parece rebelarse contra el sufrimiento.  Es precisamente este paso de confianza –que a menudo se da en medio de una oscura noche interior– lo que nuestro Padre está esperando para poder transformar desde dentro el sufrimiento. Entonces éste es arrebatado de la desesperanza y del sinsentido y nos une al sufrimiento de Dios en su Hijo Jesucristo. En efecto, Él se sometió voluntariamente al sufrimiento movido por su inmenso amor, sabiendo que nosotros, los hombres, sólo podíamos ser redimidos a través de su Pasión.

Por tanto, en nuestro sufrimiento nos encontramos nuevamente con el insondable amor de nuestro Padre, que no nos exime del dolor, pero lo llena con su consoladora presencia cuando lo sobrellevamos en su Voluntad. De esta manera, puede convertirse en una experiencia profunda que nos hace madurar.

No es necesario que anhelemos el sufrimiento, como sucedía con ciertas almas que tenían una vocación particular. Sin embargo, si nos llega una cruz que nosotros mismos no hemos escogido y nosotros la aceptamos, nuestro Padre se valdrá de ella para la obra de la salvación, como nos da a entender San Pablo (Col 1,24).

Desde esta perspectiva, viene a añadirse otro gran elemento de consuelo en el sufrimiento: a través suyo podemos cooperar en el servicio más importante que se puede prestar a la humanidad: liberarla de su alejamiento de Dios y de su extravío. De este modo, la aceptación del sufrimiento adquiere un sentido trascendental y nos dará aquella profunda y dulce paz interior que sólo puede venir de nuestro Padre.