“LA TRANSFORMACIÓN DEL CORAZÓN”  

«Ecce enim veritatem dilexisti (Te gusta un corazón sincero)» (Sal 50,7).

Conocemos las palabras del Profeta Jeremías sobre el corazón retorcido: «El corazón es lo más retorcido, no tiene arreglo: ¿quién lo conoce?. Yo, el Señor, exploro el corazón, examino el interior del hombre, para dar a cada cual según su conducta, según el fruto de sus obras» (Jer 17,9).

Y Jesús expresa aún más claramente la condición del corazón humano: “Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen las intenciones malas: fornicaciones, robos, asesinatos, adulterios, avaricias, maldades, fraude, libertinaje, envidia, injuria, insolencia, insensatez. Todas estas perversidades salen de dentro y contaminan al hombre” (Mc 7,21-23).

Esta descripción de la negatividad de nuestro corazón se ve contrarrestada por el verso del salmo 50 que hemos escuchado al inicio. Nuestro Padre quiere un corazón sincero, un corazón que se vuelva a Él, un corazón puro que no tolere ninguna falsedad, un corazón moldeado según el suyo, un corazón de carne y no de piedra que Él mismo nos da (cf. Ez 36, 26), un corazón veraz…

Con la gracia de Dios, nuestro corazón puede convertirse en templo de la Santísima Trinidad. Entonces será el Espíritu Santo quien lo purifique e ilumine. Entonces, la sinceridad habrá entrado en nuestro corazón y ésta no tolera engaño alguno. Todo lo malo que procede de dentro no puede resistir a la luz de Dios. El templo interior se va purificando. Cuanto más suceda esto, más anhelará el corazón vivir en la sinceridad. Ya no querrá permanecer en la penumbra, ya no querrá buscar su propio interés, ya no querrá aparentar ser lo que no es…

Nuestro Padre, con amor, ha puesto sus ojos en este corazón, despertándolo a la verdad y convirtiéndolo en un corazón receptivo, a quien puede colmar de todo su amor. Más aún, lo convierte en su propio corazón. ¡Así es nuestro Padre!