Tened en cuenta que los verdaderos circuncisos somos nosotros, los que damos culto en el Espíritu de Dios y nos gloriamos en Cristo Jesús, sin poner nuestra esperanza en la carne, aunque yo tengo motivos para confiar también en la carne. Si algún otro cree poder confiar en la carne, más yo. Fui circuncidado al octavo día; pertenezco al linaje de Israel, a la tribu de Benjamín; soy hebreo e hijo de hebreos; en cuanto a la Ley, fariseo; en cuanto a la justicia que proporciona la Ley, intachable.
Pero lo que antes consideré ganancia, lo consideré pérdida comparado con Cristo. Más aún, juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él perdí todas las cosas; incluso las tengo por basura para ganar a Cristo.
Ayer habíamos meditado acerca de la vocación, que implica dejarlo todo atrás para seguir al Señor.
El texto de hoy nos adentra aún más en este tema, haciendo alusión a un problema que puede convertirse en un gran obstáculo en el seguimiento de Cristo: Es el poner la confianza en los factores especiales y en los privilegios de nuestra vida. Éstos fácilmente llevan a una auto-estima equivocada y fomentan nuestras vanidades.
Tiempo atrás había citado en las meditaciones a un sacerdote jesuita, el P. Lallement. Como maestro espiritual, a él le entristecía mucho ver que en su Orden se estaba adentrando un espíritu que valoraba más la formación académica y otras cualidades, que el crecimiento en el Espíritu de Cristo. De hecho, esto es fatal, porque en realidad el despliegue de la vida sobrenatural en nosotros tiene una importancia mucho mayor que el de los dones naturales, por buenos y provechosos que éstos puedan ser.
Precisamente esto es lo que San Pablo nos hace entender con toda claridad en la lectura de hoy. Él, que poseía algunos privilegios, estaba bien consciente de lo erróneo que es poner en ellos la confianza o gloriarse en ellos… De esta forma, nos exhorta a nunca perder de vista lo esencial, y a entender nuestro valor como personas a partir del amor que Dios nos tiene. Esto quiere decir que no nos miramos con los ojos del mundo, ni asumimos sus valores como lo primordial. ¿De qué sirve un brillante intelecto si no se subordina al Espíritu de Dios ni se pone a Su servicio? ¿De qué sirven los privilegios familiares, el tener una familia católica e incluso la misma recepción de los sacramentos, si todo esto no se hace fecundo en el Espíritu del Señor? Podríamos continuar con una larga lista de ejemplos…
Pero San Pablo va incluso un paso más allá… El confiar y gloriarse de ciertos privilegios no sólo puede frenar nuestro avance espiritual; sino que puede ser un obstáculo tan grande que el Apóstol los considera como pérdida y los tiene por basura.
Al hablar así, se refiere a que estos privilegios, cuando no los manejamos bien, pueden seducirnos a edificar sobre ellos nuestra autoestima, lo que puede llegar a ser un gran obstáculo para la vida sobrenatural; de manera que Pablo decide distanciarse por completo de todos estos privilegios “según la carne”.
¡Sólo en Cristo hemos de gloriarnos (cf. 2Cor 10,17)! Todo privilegio que Él nos haya concedido hemos de mirarlo desde Su perspectiva. Un intelecto lúcido, una buena apariencia, un talento artístico o cualquier otra aptitud son buenos dones a nivel natural. Pero se convierten en cargas o en “basura” cuando nos hacen orgullosos y vanidosos, y no simplemente toman en humildad el sitio que les corresponde.
Obtener humildad es un largo camino… Subordinar los privilegios especiales, sean los que fueren, y no darles un valor especial en relación al conocimiento del Señor; preferir ocultarlos antes que resaltarlos cuando no sea necesario… ¡Todo esto ayuda a crecer en humildad! Una persona tan dotada como San Pablo está bien consciente de ello, y haríamos bien en escuchar su consejo.