“La suavidad, que es obra del Espíritu Santo, puede conquistar más corazones que la dureza” (Palabra interior).
¿No es así como nos trata nuestro Padre Celestial? ¿No exhala esta suavidad todo su Mensaje a la Madre Eugenia?
Sin embargo, la suavidad no debe confundirse con una falsa condescendencia ni mucho menos con una falta de firmeza. Antes bien, la suavidad está firme en el amor y es fruto del Espíritu Santo. Por eso puede actuar más fácilmente en los corazones que la dureza, que más bien causa miedo e intimida el alma. Sin duda, a veces es inevitable aplicar una cierta dureza, y entonces también ésta es buena. Pero la suavidad en el trato con las personas, sin perder la firmeza, tendrá un efecto duradero en el corazón, y éste recordará con agrado este suave influjo sobre él.
Cuando pensamos en la suavidad y en la dulzura, a nosotros, los católicos, se nos viene a la mente la Virgen María. Es significativo el hecho de que tantas personas se dirijan confiadamente a la dulce Reina del cielo y de la tierra. Ella tiene fácil acceso a los corazones de los fieles, y muchas veces aún es capaz de tocarlos cuando todos nuestros intentos han resultado en vano.
Si entramos en la escuela de María y en la escuela del Espíritu Santo, también en nosotros podrá crecer esta suavidad. Ciertamente la Virgen quiere enseñarnos a adoptar su forma de ser y de actuar, lo que es posible tanto para el varón como para la mujer, aunque con un matiz un tanto distinto. La suavidad es fortaleza, mientras que una excesiva dureza más bien es señal de una cierta inseguridad interior.
Acojamos la invitación que nos dirigen las palabras iniciales de esta meditación, pidiendo que el maravilloso fruto de la suavidad crezca en nosotros, para que nuestras pasiones sean domadas y la dureza desaparezca de nuestro ser. Entonces nos será más fácil conquistar los corazones para Dios y esto agradará sobremanera a nuestro Padre.