Rom 8,14-17
Hermanos: todos los que se dejan guiar por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Y vosotros no habéis recibido un espíritu de esclavos para recaer en el temor; antes bien, habéis recibido un espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: ¡Abbá, Padre! El Espíritu mismo se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios. Y, si somos hijos, también somos herederos: herederos de Dios y coherederos de Cristo, si compartimos sus sufrimientos, para ser también con él glorificados.
¿Cómo podremos jamás alabar lo suficiente a la Santísima Trinidad? Gracias a Dios tendremos a disposición toda la eternidad, porque nunca habremos llegado a un fin.
Hay una hermosa leyenda que desde el siglo XIV se asocia a San Agustín: Se cuenta que, mientras estaba él preparando un libro sobre la Santísima Trinidad, se paseaba por una playa. Entonces vio a un niño que había hecho un pequeño hoyo en la arena y con una cuchara recogía agua del mar y la vertía en el agujero. Cuando Agustín le preguntó qué era lo que hacía, el niño le respondió que quería vaciar el mar con la cuchara y depositar todas sus aguas en el hoyo. Agustín, sonriendo ante la ingenuidad del niño, le explicó que su propósito era imposible de realizar. Entonces el niño replicó que sería más fácil para él lograrlo, que para Agustín pretender explicar en un libro aun lo más mínimo del misterio de la Santísima Trinidad. Y comparó el hoyo con el libro, el mar con la Trinidad y la cuchara con el entendimiento de Agustín. Dicho esto, el niño desapareció. Entonces Agustín entró en sí mismo, oró y empezó a escribir lo mejor que le fuera posible su Tratado sobre la Trinidad.
Si este gran Doctor de la Iglesia recibió una lección tan sabia, ¿cómo puede uno atreverse a escribir algo sobre la Santísima Trinidad? ¡Las palabras se quedan cortas!
Pero quizá para cada uno de nosotros haya un acceso a nuestro amado Dios Trino, aunque nuestra “cuchara” no sea de ningún modo tan grande como la de San Agustín. Este acceso es el amor. Es el Espíritu Santo quien nos revela que somos hijos de Dios y nos hace exclamar: ¡Abbá, Padre!
Dios es nuestro Padre
Con ello, hemos reconocido algo sumamente esencial. Esta certeza es tan fundamental que puede bastarnos para vivir a partir de ella. ¡Dios es nuestro Padre y nosotros somos sus hijos! Esto es lo que Jesús nos da a entender al hablar de su Padre y nuestro Padre (cf. Jn 20,17). También nos lo dice al enseñarnos a orar: “Padre nuestro” (cf. Mt 6,9). El Espíritu Santo nos lo inculca en nuestro interior.
¡Dios está tan cerca de nosotros y quiere que vivamos como hijos suyos! Esto cuenta para toda la humanidad. Si nuestras experiencias con nuestro padre biológico fueron malas o deficientes, esto no debe desanirmarnos. Todo lo contrario: experimentar a Dios como nuestro amoroso Padre puede sanar y llenar todo aquello que no recibimos de parte de nuestro padre terrenal tal como Dios lo había previsto. Pero es importante conocer a Dios como Él es en verdad, y no tener imágenes distorsionadas de Él. En ese sentido, podrían ayudar un poco dos conferencias que he dado sobre este tema: “El amor del Padre Celestial” (https://www.youtube.com/watch?v=Wttm_UW7AUU&list=PLro4a2dUibcReulFSdWjz0LQZd2hIuAxh).
Dios Hijo: nuestro Señor y Maestro
Nos encontramos también con el Hijo. Los discípulos lo llaman ‘Maestro’ y ‘Señor’, y tienen razón, como Jesús les confirma (cf. Jn 13,13). En Él, se manifiesta toda la misericordia de Dios sobre nosotros. No hay nada que sea más importante para el Señor que revelarnos la bondad de nuestro Padre y redimirnos. En efecto, da su vida por ello. Jesús, siendo el ‘Maestro’ y el ‘Señor’, es también Aquél que nos llama a seguirle, y se convierte así en nuestro insuperable modelo. Su amor redentor quiere que también nosotros gloriquemos al Padre como Él mismo lo hace. En esto nos instruye, y nos invita a vivir en amistad con Él, confiándonos los deseos más íntimos de su corazón. El ‘Señor’ y el ‘Maestro’ de ningún modo permanece en una distancia inaccesible; sino que atrae a los discípulos a su corazón. Ellos pueden reposar en su pecho (cf. Jn 13,25) y escuchar atentamente sus palabras. Él los incluye en su amor al Padre, y cuidó a aquellos que el Padre le había encomendado (cf. Jn 17,12). En su Encarnación, vino a nosotros de forma indecible, y así se convirtió también en hermano nuestro.
Dios Espíritu Santo: el Consolador
En los últimos días hemos reflexionado de muchas maneras sobre el Espíritu Santo. Un término muy bello que se le dirige es el de ‘Paráclito’, ‘Consolador’. En efecto, es Él quien nos otorga el consuelo de Dios y nos ofrece su cercanía. Es el término con que Jesús mismo lo llamó (cf. Jn 16,7), y expresa mucho sobre el Ser del Espíritu Santo. Su presencia en nosotros es tierna y fuerte a la vez. Él es la constante luz de Dios en nosotros; siempre nos recuerda y explica lo que Jesús dijo e hizo (cf. Jn 14,26). Él es nuestro Maestro interior y nuestro Amigo divino. Un verdadero amigo puede ser una especie de “oasis” en medio del ajetreo de este mundo, en el cual puedes sentirte seguro. Si lo experimentamos de forma limitada en un amigo humano, se aplica hasta el infinito con nuestro Amigo divino. Él es siempre este “oasis” para nosotros; Él siempre está ahí para nosotros; siempre enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos; siempre ilumina nuestro corazón con su consuelo.
Pueden ser muy distintos los accesos para conocer a la Santísima Trinidad. Aquí he señalado sólo un camino, que implica una relación personal con cada una de las Personas de la Trinidad. Quisiera aprovechar la ocasión para referirme a la oración que nosotros en nuestra familia espiritual rezamos cada madrugada como inicio de la jornada: el Himno de Alabanza a la Santísima Trinidad. En este enlace podéis escucharla recitada y cantada por Harpa Dei: https://www.youtube.com/watch?v=BD9qMTsl0xU&t=144s El texto lo encontráis aquí: https://shared-assets.adobe.com/link/dcc8c938-d7e9-44ec-5084-64609ae0f211
La Solemnidad de la Santísima Trinidad resplandece por encima de todo. Por eso no hemos hablado hoy sobre Santa Juana de Arco, quien es muy importante para nosotros y cuya Fiesta se celebraría hoy. Un 30 de mayo fue su martirio en Rouen, Francia. Pronto hablaré sobre ella…