Mi 5,1-4a
Así dice el Señor: “Pero tú, Belén Efratá, pequeña entre las aldeas de Judá, de ti saldrá el jefe de Israel. Su origen es desde lo antiguo, de tiempo inmemorial. Los entrega hasta el tiempo en que la madre dé a luz, y el resto de sus hermanos retornará a los hijos de Israel. En pie, pastoreará con la fuerza del Señor, por el nombre glorioso del Señor, su Dios. Habitarán tranquilos, porque se mostrará grande hasta los confines de la tierra, y éste será nuestra paz.”
Una fiesta mariana es siempre un motivo para reflexionar sobre la extraordinaria elección de la Virgen. Jamás habrá resonado lo suficiente la alabanza de la Madre de Dios, jamás confiaremos lo suficiente en ella y nunca nos excederemos en elogiar sus virtudes…
Entre las muchas virtudes de María, destaca particularmente su santa obediencia. Ésta va más allá de la obediencia debida a Dios en cuanto que es nuestro Creador y Padre, la cual tiene ya un gran valor en sí misma. Pero la santa obediencia de María es expresión de su amorosa confianza, brota de la convicción de la bondad de Dios y respira su actitud de apertura interior frente a Dios, penetrando profundamente en el Corazón del Señor e invitándolo, a su vez, a derramarse en su corazón virginal.
Tratemos de “ponernos en los zapatos de Dios”, para comprender desde su perspectiva lo que significa que un corazón se le entregue por completo, sin dejarse limitar por dudas, miedos u otros obstáculos. En un corazón tal, el Espíritu Santo ya no tiene que emprender las purificaciones más básicas, sino que puede entrar como el amoroso esposo en la alcoba de su esposa, que se ha entregado a Él. En este corazón Él es bienvenido, y no tiene que remover primero todo aquello que obstaculiza su llegada. Así, Él puede concederle todo su amor.
¡Qué alegría habrá sido para Dios encontrar en la Virgen María una Esposa tal! Él mismo la había preparado para este encuentro, preservándola de la mancha del pecado original, de modo que su alma se asemejaba a la de Eva, cuando ella aún vivía en el estado de inocencia en el Paraíso. Sin embargo, mientras que Eva se dejó llevar por las seducciones del Maligno y transgredió el mandamiento de Dios, la “nueva Eva” acogió con amor el designio de Dios, abrió por completo su alma para la Voluntad divina y lo siguió en santa obediencia.
Si bien nosotros no estamos exentos del pecado original, Dios nos llama a que, al igual que la Virgen María, nos entreguemos totalmente a su obra de amor. También en nuestra alma puede despertar la dimensión esponsal y la receptividad frente a la voluntad salvífica de Dios. También nuestra alma puede convertirse en esposa del Espíritu Santo, de modo que Él pueda venir a ella en todo momento para difundir su luz.
En este día, en que nos regocijamos por el Nacimiento de la Virgen y le damos gracias al Señor por haberla escogido y a Ella por haber aceptado tan dócilmente la invitación de Dios, podemos pedirle a nuestra Madre que instruya nuestra alma en esta santa obediencia. En efecto, en María vemos el modelo de la Iglesia y también su meta, que es la de unirse como casta Esposa con el Esposo divino.
Quizá en nuestro tiempo parezca anticuado este lenguaje, porque hoy en día se desconoce cada vez más la santidad del matrimonio, la importancia de la castidad y la tierna relación entre hombre y mujer. Cuando se opaca el reflejo humano, que debería ser imagen del amor de Dios para que lo conozcamos y lo comprendamos, es tanto más importante que nos dirijamos a la Madre del Señor, pidiéndole que nos conceda amar a Dios como Ella lo ama, recibirlo como Ella lo recibe y unificarnos con Él como Ella está unida a Él. María sabrá conducirnos hacia esta obediencia confiada y le pedirá al Espíritu Santo que haga a un lado todo aquello que nos impide vivir en esta obediencia. Así, podremos seguir al Señor sencilla y confiadamente, y nuestro corazón se irá convirtiendo en lugar de reposo para Dios.
La Virgen María se convirtió en sitio privilegiado en el que Dios reposó y puso su morada. En Ella hizo surgir la nueva Creación en Cristo. En Ella se hace presente el diálogo de Dios con el hombre, tal como habrá sido en el Paraíso: la escucha del Señor con toda naturalidad, la actitud de confianza, la entrega amorosa a Él y la respuesta a su llamado. Todo esto nos invita a que también nuestro corazón se convierta en un lugar privilegiado de su gracia, a través del cual Dios pueda colmar de bendiciones al mundo entero y también a nosotros mismos.
NOTA: En el siguiente enlace encontrarán tres meditaciones que podrían ayudar a profundizar la relación con la Virgen María: la Hija amada del Padre, la Madre del Hijo y la Esposa del Espíritu Santo.